sábado, 12 de enero de 2013

Alberti

Alberti


Esperando a los bárbaros


Felipe Alcaraz Masats

31 Dec 12



Cuando en 1977 Alberti regresa y desciende sonriendo, al viento su melena plateada (¡qué 75 años!), las escalerillas del avión, el único verso que resuena no es otro que “Esta mañana, amor, tenemos veinte años”. El mismo que algunos años después figurará como epitafio de la impar, impagable, inolvidable María Teresa León, que supo combinar como nadie sus pieles rusas y el hierro que llevaba en la cintura y que, a su pesar, tuvo que entregar en la aduana de Orán adonde les había trasladado aquella libélula en la que iban siete que tenían que dejar aquella España asolada por el fascismo.



No eran pistolas de madera y monos recién planchados, como dijo Juan Ramón, y ha dicho una parte de la postmodernidad intentando oponer ridículamente a Rafael y a Miguel Hernández. La lucha de Rafael no fue fundamentalmente en el frente, como la de Miguel, pero se recorrió todas las trincheras intelectuales del mundo preparando el Congreso antifascista de 1937, y no dejó de oponerse al capitalismo nunca, por tierra, mar y cielo, con mirada estratégica o peleándose a diario con la Coca-cola o las Torres Gemelas (prodigioso el poema de 1980 donde las derrumba en cuanto símbolo de ese capital financiero que había matado un suspiro antes las esperanzas de Chile y a su hermano Neruda).





Desde 1930 en la lucha (algo tuvo que ver su encuentro con María Teresa), comprometido de palabra y obra. En 1930 publica “Con los zapatos puestos tengo que morir”, y le hace copias al poema y lo distribuye en mano o lo pega en las esquinas de Madrid, como prueba fehaciente, públicamente ofrecida, de que nunca dejará la lucha.



Es un poeta de la derrota, aunque sus poemas solo hablen de victoria. La victoria de no asumir las palabras y los valores del adversario. Y sufre la derrota que, tras la muerte ideológica de Keynes (capitalismo suave), pone sobre el tablero a ese capitalismo criminal que entre el beneficio y la democracia siempre va a elegir el beneficio, como lo demuestra ya en 1973 en Chile o un poco después en Argentina.



Y después su lucha en España, su reencuentro con el mar de Cádiz, con los oficios de su infancia y juventud, hijo de bodegueros medios hundidos por la epidemia de filoxera. Quien no ha visto su Fundación en el Puerto de Santa María (hoy apuntada por una escopeta de cañones recortadores), ni ha visto la casa de un poeta ni ha visto nada (perdón, que yo la he conocido ahora, y he visto la sala donde está depositada la biblioteca de Javier Egea).



Atrapasueños editorial y la Comisión de Cultura del PCE hemos editado un homenaje a este Rafael, en su 110 cumpleaños, como memoria compartida de un tiempo duro pero inolvidable. Y vamos por pueblos, esquinas y pedanías recordando a ese poeta de la melena al viento que nunca superó, ni él ni su poesía, los veinte años, como reza en la tumba de María Teresa. Cuando, hacia 1993, Julio Anguita y yo fuimos a entregarle el carné del partido, dijo que no, que él quería el carné de la juventud comunista. Y así fue.





--------------------------------------------------------------------------------

Publicado en el Nº 256 de la edición impresa de Mundo Obrero enero 2013

--------------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario