martes, 27 de noviembre de 2012

25 N: por qué han sido tan importantes las elecciones catalanas


25 N: por qué han sido tan importantes las elecciones catalanas


Antoni Domènech · G. Buster · Daniel Raventós · · ·



26/11/12











“El fulgurante crecimiento en unos pocos meses del soberanismo y el independentismo en el otrora ‘oasis catalán’ no puede entenderse sin entender estas dos cosas interrelacionadas: la crisis de la Monarquía de 1978 y la crisis del nacionalismo españolista tradicional, crisis asombrosamente aceleradas por la desintegración a cámara lenta de una Eurozona neciamente diseñada y la pésima gestión del problema por los incompetentes burócratas de la Troika. El independentismo catalán –y muy señaladamente, el independentismo parvenu de CiU— parasita de ambas crisis.”



Sí: eran sólo unas elecciones “regionales” en un país mediano metido en todo tipo de problemas, un Reino de España ubicado en un espacio continental política y económicamente decadente, Europa. Unas elecciones, encima, a las que, tradicionalmente, los propios electores catalanes habían poco menos que vuelto la espalda, castigándolas cada vez más con elevados índices de abstención. Estas del 25 N, sin embargo, cautivaron inopinadamente la atención de la gran prensa española e internacional, desde El País y El Mundo, hasta el Spiegel, el Guardian, el New York Times y el Financial Times. Un analista tan experimentado como el constitucionalista Javier Pérez Royo llegó a hablar de “las elecciones más importantes” desde el comienzo de la Segunda Restauración borbónica. En lo tocante a los propios interesados, los catalanes, nadie esperaba esta vez una abstención elevada, sino todo lo contrario. Y así ha sido: con una participación en torno al 70%, han batido los registros de participación de 1984.



Un triunfo “excepcional” claro, y no digamos una victoria con mayoría absoluta de Artur Mas habría sido una noticia de dimensión internacional, aunque sólo fuera por esto: habría sido la primera vez que el presidente de un gobierno terca e incompetentemente empeñado en unas catastróficas políticas pro-cíclicas de austeridad fiscal, lejos de recibir un gran castigo popular en las urnas, lo que habría obtenido es un premio, y aun un gran premio. Muchos lo esperaban, y la cosa no tenía ejemplo histórico. No ha sido así: Artur Mas y las fanáticas políticas procíclicas de austeridad, recortes de los derechos sociales y consolidación fiscal del mediocre “govern dels millors” han recibido un durísimo castigo electoral con el que ni sus peores detractores podían soñar; lejos de mantenerse o aun de mejorar, CiU ha perdido doscientos mil votos (¡con una abstención mucho menor!) y 12 diputados, es decir, cerca del 20% de los votos en términos absolutos y del 20% de los escaños. En términos relativos, ha pasado del 38,43% de 2010 al 30,68 actual, su peor resultado en décadas. Otro tanto le ha ocurrido al otro partido bastión del sistema político catalán, un PSC en tumba abierta hacia la pasokización: la suma de ambos rondaba tradicionalmente los ¾ del electorado; ahora apenas representan el 50%.



Mas hizo un adelanto electoral, a sólo dos años de haber ganado las elecciones autonómicas, alegando haber escuchado el “clamor popular” expresado en la gran manifestación soberanista –“Cataluña, nuevo Estado de Europa”— del pasado 11 de septiembre, acaso la más masiva registrada nunca en la ciudad de Barcelona. Había sido sordo hasta entonces al clamor popular de protesta contra sus crueles políticas de recortes, contra su descarnada ofensiva destructora de derechos sociales conquistados, contra la corrupción de su partido –habrá sido el primer caso en la historia en que un partido de gobierno convoca elecciones con la propia sede embargada por un caso de corrupción que le salpica de lleno—, contra las descaradas políticas de privatización, abierta o encubierta, en sanidad, educación e infraestructuras públicas. Ese clamor popular contra sus catastróficas políticas económicas y sociales tuvo una formidable expresión en la jornada de Huelga General del pasado 14 N, con un Mas sordo tratando de mirar para otro lado.



Esto es lo que se puede decir ahora: el 14 N frustró la manipulación conservadora del 11 S. Si se quiere decir de otro modo: corrigió, precisándolo, su significado. No hay tal cosa como un “derecho a decidir” nacional de Cataluña que pueda hacerse políticamente viable al margen o independientemente de un proyecto económico y social claramente enfrentado a las políticas de consolidación fiscal de Madrid, de Berlín y de Bruselas. El 14 N hizo evidente que el sobrevenido soberanismo de Mas era, en el mejor de los casos, humo obnubilante para seguir con sus políticas socialmente catastróficas, y en el peor, una tapadera para un proyecto de Cataluña a la medida de las elites rentistas políticamente promiscuas de su entorno.



Es evidente. No lo era tanto hace sólo unos días, a juzgar por las falsas trivialidades que llegaron a gozar de amplia difusión. La primera, la de un electorado catalán poco menos que borreguil. Pues a menos que se aceptara esta antipática hipótesis, no puede entenderse que se cotizara como prácticamente segura –en Madrid, no menos que en Barcelona, en Nueva York y en Berlín— una victoria electoral clara del nacionalismo catalán conservador propiciada –como factor decisivo— por la manipulación identitaria del Govern liberal-conservador a través de sus considerables tentáculos publicísticos, públicos y privados. Tampoco era de creer que pudiera influir decisivamente, en uno u otro sentido, la grotesca campaña difamatoria con que la caverna mediática madrileña –tan evidente como torpemente sostenida por el Gobierno del Reino— consiguió enlodar el fin de campaña (como mucho, habrá conseguido reclutar para la causa independentista al irreductible señor Durán Lleida…). Tanto menos resultaban creíbles esas varias hipótesis manipulatorias, cuanto que el peso electoral de las fuerzas partidarias del “derecho a decidir”” (que incluyen a la izquierda y al centroizquierda inequívocamente partidarios del derecho de autodeterminación, aunque no necesariamente independentistas) resultaba abrumador. Y tras unas elecciones que han batido todos los registros de participación, lo sigue siendo: cerca de dos tercios del electorado. Si a esto último se objetara –en la línea de la desmemoriada pseudoizquierda “cosmopolita” postmoderna que ha brotado en las últimas décadas de la mano de la ideología de la “globalización”— que la izquierda política catalana realmente existente actual ha sido ignominiosamente abducida por el nacionalismo catalanista, bastaría recordar que la tradición histórica del movimiento obrero catalán está estrechamente ligada al catalanismo y aun al separatismo, en variantes tan distintas como las representadas por el Noi del Sucre, [1] Maurín o Comorera.



Tampoco era recibible la muy manida “hipótesis padana”, según la cual el cruel azote de la crisis económica habría inducido subitáneamente al grueso de la población catalana, con su malvada alta burguesía en cabeza, a una deriva de egoísmo nacionalista insolidario, convencida –erróneamente, o no— de que una región rica y exportadora puede afrontar la peor crisis económica capitalista desde los años 30 mejor en solitario que cargando con el lastre de una España atrasada y harto menos competitiva internacionalmente. No se entiende muy bien entonces por qué el supuesto modelo original –Padania— habría fracasado, por qué habría sido amplia y fulminantemente superado por su pretendido sucedáneo catalán. Eso, aparte de que no está nada claro que la “alta burguesía” catalana apoye la secesión: basta recordar la tarjeta amarilla que sacó Mas en la célebre entrevista concedida hace unas semanas a La Vanguardia; el mensaje no podía ser más claro: no es el país el que debe adaptarse a los grandes empresarios, sino éstos al país.



Tampoco era muy feliz la otra comparación, más del gusto de los nacionalistas, con Quebec: Quebec está netamente diferenciado del resto del Canadá, por lo pronto en materia lingüística y religiosa. La lengua absolutamente imperante en Quebec es el francés, frente a un Canadá homogéneamente anglófono; la religión absolutamente dominante entre los quebequois es la católica, frente al cristianismo homogéneamente reformado del Canadá. Baste recordar, como índice de heterogeneidad (e interpenetración política, familiar y cultural), que la mayoría de los catalanes tiene el castellano como lengua materna o preferida (un 60%).



Más interesante, aunque no mucho más feliz, ha sido la habitual comparación con otro tipo de “nacionalismo egoísta”, el flamenco. Bélgica es en varios sentidos un país artificial, que existe aún sólo porque el imperialismo británico frustró al terminar la II Guerra Mundial el deseo de los valones francófonos de unir su destino al de la IVª República francesa. Para conservar a la fuerza unido a ese país fue preciso mantener la forma monárquica de Estado, imponiendo, encima, a (los entonces pobres y ahora ricos) flamencos y a (los entonces ricos y ahora pobres) valones una dinastía de más que dudoso comportamiento durante la ocupación nazi, por no hablar de su pasado colonial genocida en el África central.



La forma monárquica de Estado fue impuesta también en España al final de la dictadura de Franco con la ayuda y aun la presión de potencias extranjeras, singularmente de los EEUU, como documentó ampliamente hace años nuestro amigo Joan Garcés en su clásico Soberanos e intervenidos (Madrid, Siglo XXI, 1996). No era ni mucho menos mayoritario, ni en Cataluña ni en el País Vasco, el sentimiento independentista, por supuesto –¡Cataluña y País Vasco no son el Quebec!—, ni menos, a diferencia de los valones francófonos belgas, pedía nadie unirse a la V República francesa. El grueso de las fuerzas políticas de oposición al franquismo (y particularmente los varios partidos socialistas entonces existentes y el PCE) estaban a favor de resolver el problema de la plurinacionalidad de las Españas –como solía decirse entonces— mediante el ejercicio del derecho de autodeterminación. Ese derecho cayó víctima de la aceptación de la Segunda Restauración borbónica por el grueso de la izquierda política socialista y comunista de entonces: los comunistas y sus sucesores de IU lo mantuvieron de forma puramente retórica en sus programas, y los socialistas del PSOE y del PSC, simplemente, lo borraron y se olvidaron del asunto. Eso trajo como resultado el enquistamiento del problema, y abrió, como es suficientemente sabido, un amplio abanico de posibilidades políticas al ambiguo nacionalismo conservador catalán –que, a diferencia del vasco, había avalado la Constitución monárquica de 1978—: un país, Cataluña, que en 1978 estaba abrumadoramente hegemonizado por la izquierda política obrera, cayó en muy pocos años en manos del nacionalismo burgués conservador, que se perpetuó en el poder autonómico durante más de dos décadas seguidas. Lo cierto es que el arco constituyente formado por socialistas, (post)comunistas y nacionalistas catalanes conservadores ha venido aceptando en la práctica durante años la negación del derecho de autodeterminación de Cataluña. Pero es muy importante comprender que lo que estas tres familias políticas del arco constituyente habían venido aceptando en Cataluña, el País Vasco y Galicia, lo habían tenido que aceptar como parte de una renuncia previa y de mayor envergadura, y es a saber: la renuncia al del derecho de autodeterminación de todos los pueblos de las España, del conjunto de lo que el torpe nacionalismo español reaccionario llama ahora “el pueblo soberano de España”.



Véase así: ¿por qué ha sido tan difícil de aceptar hasta ahora por las fuerzas del arco constituyente de la Segunda Restauración –entre ellas, CiU— la posibilidad del ejercicio del derecho de autodeterminación? Hagamos retrospectiva, y figurémonos: si, por ejemplo, entre 1978 y 1980 se hubiera realizado un referéndum de autodeterminación en el País Vasco, con todas las garantías democráticas –observadores y mediadores internacionales incluidos—, el resultado más probable habría sido el fin del problema terrorista que ha martirizado vesánicamente a vacos y españoles durante décadas, y con toda seguridad, una decisión popular netamente anti-secesionista. ¿Por qué no fue posible? Porque el derecho al ejercicio de la autodeterminación de la población de cualquier territorio del Reino es estrictamente anticonstitucional. ¿Y por qué lo es? ¿Por qué el comunista Solé Tura, el socialista Peces Barba y el nacionalista conservador catalán Miquel Roca –y no sólo el franquista Fraga—, ponentes constitucionales, pusieron tanto empeño en que lo fuera ? Porque el ejercicio del derecho de autodeterminación de cualquier territorio de las Españas es incompatible con una Monarquía impuesta –era una oferta que no se podía rechazar— sin referéndum previo al conjunto de ese “pueblo español soberano único” con que ahora se llenan la boca los reaccionarios del PP (y los del ala de extrema derecha babosamente monárquica “socialista”); porque la celebración legal de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, o en el País Vasco (o en cualquier otro territorio), su sola celebración, fuere cual fuere el resultado, pondría de nuevo inmediatamente en la agenda política española el problema de la forma monárquica de Estado, y de manera particularmente tormentosa ahora, en el peor momento de esta institución, con una familia real totalmente desacreditada, salpicada como está por todas las cochinadas habituales del capitalismo oligopólico español de la burbuja y los amiguetes y rentistas políticamente corruptos.



El fulgurante crecimiento en unos pocos meses del soberanismo y el independentismo en el otrora ‘oasis catalán’ no puede entenderse sin entender estas dos cosas interrelacionadas: la crisis de la Monarquía de 1978 y la crisis del nacionalismo españolista tradicional, crisis asombrosamente aceleradas por la desintegración a cámara lenta de una Eurozona neciamente diseñada y la pésima gestión del problema por los incompetentes burócratas de la Troika. El independentismo catalán –y muy señaladamente, el independentismo parvenu de CiU— parasita de ambas crisis.



¿Con qué rostro y con qué crédito pueden PP y PSOE oponerse al “derecho a decidir” de Mas y hablar de que es el “pueblo español” en su conjunto el que tiene “derecho a decidir”, dos partidos que en sus respectivos gobiernos han incumplido flagrantemente sus programas electorales y han rendido abiertamente y sin recato a imposiciones extranjeras los intereses más elementales del “pueblo español soberano” y de la pretendidamente sacrosanta “nación española”? ¿Con qué rostro y con qué crédito pueden negarse ahora a un referéndum de autodeterminación apelando a una Constitución monárquica inviolable que, sin embargo, no tardaron ni una semana en deshonrar ellos mismos en agosto de 2011 con la reforma express “sugerida” por el BCE y la señora Merkel, reforma que trae consigo un auténtico blindaje de las políticas fiscales pro-cíclicas económicamente suicidas, y a mayor abundamiento, excluyendo del pacto que la alumbró, ¡ay!, a fuerzas políticas básicas del original arco constituyente monárquico de 1978, como IU-ICV y CiU.



Es posible que Artur Mas acertara en el diagnóstico que parece andar por detrás de su audacia: estamos en el comienzo del fin de la Segunda Restauración borbónica; “ahora o nunca” era el mantra repetido una y otra vez en privado por los altos cargos de Convergència a quien les quisiera escuchar. Pero lo que llevó a Mas ayer, 25 de noviembre de 2012, a la muerte política súbita fue la parcialidad del diagnóstico, así como el pésimo pronóstico que le ofrecieron en bandeja sus turiferarios mediáticos y sus incompetentes economistas de cámara: Cataluña no puede plantearse ser un “Estado europeo” propio –ni siquiera el ejercicio libre del derecho de autodeterminación como pueblo europeo— ignorando la realidad de una Unión Europea actualmente dominada por fuerzas políticas, tecnocráticas y burocráticas que, obscenamente hostiles a la democracia y a la soberanía de todos los pueblos de Europa, empujan al viejo continente al abismo de las políticas pro-cíclicas de austeridad y desmantelamiento del estado Social y Democrático de Derecho –la más duradera conquista del antifascismo europeo—, y con ellas, al suicidio económico y a la irrelevancia política internacional.



Dígase así: la crisis del régimen constitucional monárquico español y la crisis de la Eurozona son dos caras de la misma moneda. Esa es la cruda realidad. Y hay que decir, con más tristeza que acrimonia, que no se ven muchas fuerzas políticas nominalmente de izquierda en Cataluña que hayan comenzado a comprenderla. El PSC, que ha sufrido un nuevo descalabro (ha perdido tanto porcentaje de votos y de escaños como CiU, pero partiendo ya de lo que era hasta ahora su peor resultado electoral) ni siquiera ha comprendido que estamos en un fin de trayecto de la Segunda Restauración borbónica, por no hablar de su incomprensión de los problemas de la Eurozona. ERC, que ha más que doblado sus resultados en relación con 2010, es una fuerza política ahora mismo dominada por dirigentes más nacionalistas à la Hortalà que de izquierda à la Carod en algún sentido socialmente interesante. La refrescante y en muchos sentidos ilusionante irrupción de la CUP en el Parlament, no puede hacer olvidar su incipiencia programática en puntos decisivos (“No a la UE”, “Països Catalans”, etc.), y su escasa incidencia en las zonas obreras tradicionales del primer cinturón industrial de Barcelona.



La única fuerza que parece por ahora haber comenzado a comprender cabalmente esas amargas y perentorias verdades del momento es ICV-EUiA. El mitin final de campaña de Herrera y Nuet con Tsipras, el principal dirigente de la izquierda radical griega Syriza, contribuyó seguramente lo suyo al notable crecimiento de la coalición, dando una necesaria dimensión europea a su proyecto político, presentándola ante el electorado como la única fuerza política catalana no parroquiana. Se ha convertido ya por méritos propios en la principal referencia político-parlamentaria de los sindicatos obreros. Y si se observan con atención sus resultados electorales en el cinturón industrial de Barcelona, se ve que ha empezado a recuperar en serio el voto obrero que se fue hace décadas hacia el PSC. Esa recuperación por parte de ICV-EUiA del voto obrero perdido por el PSC ha impedido verosímilmente también su fuga masiva hacia el españolismo de derecha y de centro-derecha del PP y de un espectacularmente emergente Ciutadans, que ha triplicado sus resultados.



No siempre es verdad el viejo proverbio latino, según el cual fortuna adiuvat fortes, la fortuna ayuda al audaz. Para que ayude la fortuna, la audacia tiene que disponer al menos de un buen diagnóstico: por eso ayudó a Siriza y hundió a Mas. Esperemos que la Syriza catalana tenga audacia; de momento, lo que se puede decir es que su más verosímil embrión dispone de un diagnóstico decente. [2]



NOTAS [1] El Noi del Sucre, era el secretario regional de la CNT. En un célebre discurso en Madrid, en 1919, dejó dichas estas palabras: “Una Cataluña liberada del Estado español os aseguro, amigos madrileños, que sería una Cataluña amiga de todos los pueblos de la Península Hispánica y sospecho que los que ahora pretenden presentarse como los líderes del catalanismo, temen un entendimiento fraternal y duradero con las otras nacionalidades peninsulares.” [2] En la valoración que al día siguiente de las elecciones ha hecho ICV-EUiA, se destaca la necesaria unidad con las CUP porque se trataría de una organización que defiende una política de izquierdas, no igual, pero muy similar a la de ICV-EUiA. Por otro lado, se puede observar que, a causa la actual ley electoral, la relación votos-diputados es muy desproporcionada. Los partidos que menos votos han tenido que conseguir por diputado son CiU (22.000) y ERC (23.000), y el que más, casi el doble, precisamente las CUP (42.000). ICV-EUiA ronda los 32.000.



Antoni Domènech es el editor de SinPermiso. Gustavo Buster y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.





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