sábado, 30 de junio de 2012

EL SESGO IDEOLÓGICO EN EL CÁLCULO DE LOS COSTES LABORALES Y EN EL CONOCIMIENTO ECONÓMICO EN ESPAÑA


jun 29

El sesgo ideológico en el cálculo de los costes laborales y en el conocimiento económico en España

Economia política, Neoliberalismo y Globalización, Política Catalana, Política Española Añada comentariosArtículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 29 de junio de 2012



Este artículo muestra el sesgo que existe en el conocimiento económico hegemónico en España, sistemáticamente favorable a los intereses financieros y empresariales a costa de los intereses del mundo del trabajo.

Existen conceptos que se reproducen con gran facilidad, y yo añadiría con frivolidad, en la prensa, no sólo económica, sino también en la prensa generalista, que son erróneos y que sistemáticamente favorecen a unos (por regla general al mundo del capital) a costa de otros (por regla general al mundo del trabajo). Uno de ellos es el concepto de costes laborales unitarios. Se dice constantemente que los costes laborales por persona empleada han crecido más que la inflación, creando el gran problema de falta de competitividad. En este argumento se supone erróneamente que los costes laborales por trabajador son resultado de dividir el coste del trabajo (los salarios) por la productividad. Basándose en esta interpretación errónea de lo que son los costes laborales por trabajador, se concluye que si los salarios suben más que la productividad tendremos un problema: aumentará la inflación. Y de ahí se asume que la elevada inflación en España se debe a que los salarios han crecido más rápidamente que la productividad y, por lo tanto, que hay que reducir los salarios, a fin de reducir la inflación.



Pero, como bien ha señalado David Lizoain, la definición de Coste Laboral Unitario (Unit Labour Cost, ULC) no es la que se asume. ULC es el porcentaje que los salarios representan sobre todo el producto, es decir, sobre la unidad de producción, sea éste un coche, sea éste un servicio privado de limpieza. En otras palabras, expresado matemáticamente, ULC = (precio del producto) x (porcentaje que los salarios representan sobre el producto final). Por lo tanto, el crecimiento del ULC puede deberse, bien al crecimiento del precio del producto (por ejemplo, como resultado del crecimiento de la inflación) o bien al aumento del porcentaje que los salarios representan sobre todo el producto (como resultado, por ejemplo, del mayor crecimiento de los salarios que del crecimiento de otros costes de producción, tales como los beneficios). Pues bien, mirando los datos, resulta que en la mayoría de los años, este último factor, el porcentaje que los salarios representan sobre el coste del producto, ha ido descendiendo, en lugar de ir aumentando, mientras que el porcentaje que los beneficios representan sobre todo el producto ha ido creciendo. Parecería lógico, por lo tanto, que se indicara que este porcentaje hay que reducirlo, pues su crecimiento (y no el crecimiento de los salarios) contribuiría a la inflación. Pues bien, usted, lector, nunca habrá leído en la literatura económica española (controlada en su gran mayoría por el pensamiento ortodoxo neoliberal), que hay que reducir los beneficios para disminuir la inflación y/o aumentar la competitividad. Y a esto se le llama el sesgo ideológico de la cultura mediática y económica del país que siempre promueve soluciones que benefician al mundo empresarial a costa del mundo del trabajo.



Esta situación que determina un sesgo en la literatura económica a favor del capital (y muy en especial del capital financiero) y en contra del mundo del trabajo, alcanza su dimensión máxima en España, donde la transición inmodélica de la dictadura a la democracia se hizo bajo el gran dominio de las fuerzas conservadoras. Este dominio ocurrió también en el mundo académico incluyendo el área de conocimiento llamada “ciencias económicas”. La influencia de la banca y de la patronal en los forums donde se debaten los temas económicos es enorme. Y la literatura económica aparece, en su mayor parte, en revistas financiadas predominantemente, aunque no exclusivamente, por la banca, sin que ello hada creado ninguna protesta. Esta situación es un indicador del enorme poder de tales grupos fácticos. En otras áreas, como en medicina, se ha intentado (no muy exitosamente) reducir el impacto de la industria farmacéutica en la creación de conocimiento médico y en la práctica clínica. Es bien conocido que la gran mayoría de las revistas y congresos médicos son financiados por la industria farmacéutica, lo cual ha determinado una preocupación por parte de las autoridades públicas, que han intentado regular y disminuir tal influencia.



No así en las áreas económicas. En realidad, la banca controla hoy las revistas económicas de mayor renombre en el mundo académico, lo cual rompe con el principio de libertad académica, pues trabajos de investigación críticos a la banca no aparecen en tales revistas. Y puesto que un principio del mundo académico es “publish or perish” (publica o muere), este control implica una enorme discriminación en contra de las voces críticas que dificulta su promoción en su carrera académica profesional. Las cátedras Fedea son cátedras financiadas por la banca y por grandes grupos empresariales, que gozan de grandes recursos y cajas de resonancia, frente a los economistas críticos que están en una situación claramente discriminada. La enorme y asfixiante ortodoxia conservadora y neoliberal de la mayoría de forums académicos en economía ha determinado su incapacidad de comprender la crisis actual y de cómo resolverla. Su dependencia de tales intereses financieros y económicos les convierte en parte del problema en lugar de en parte de la solución. Es sorprendente que, a pesar del enorme fracaso de las políticas económicas neoliberales, gocen de las plataformas y forums desde donde predican el dogma neoliberal que está haciendo tanto taño a las clases populares de España.





Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University



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"GOLPISMO BLANDO". PARAGUAY Y LOS NUEVOS GOLPES DE LA REGIÓN

“Golpismo blando”




Paraguay y los nuevos golpes en la región

Íñigo Errejón y Alfredo Serrano



Miércoles 27 de junio de 2012





En menos de 48 horas, entre los días 21 y 22 de junio, se ha consumado la destitución del ya expresidente Fernando Lugo en Paraguay, por parte del Congreso y el Senado dominados por los partidos tradicionales Colorado (derechista) y Liberal (centroderecha), el último de los cuales era parte de forma ambivalente de la coalición presidencial. La destitución, prevista en la Constitución paraguaya que Lugo heredó, fue activada por la derecha partidaria en defensa de los intereses de los más importantes lobbies ganaderos y terratenientes, a raíz de los incidentes en Curuguaty donde en una toma de tierras en un latifundio fueron asesinados 11 campesinos y 6 policías.



Los medios de comunicación de propiedad privada fueron presionando según el manual clásico de cualquier destitución forzosa. La derecha paraguaya acusó a Lugo, en el Juicio Político, de cinco cargos extremadamente ideologizados, siendo el más importante de ellos el de la complacencia con la agitación agrícola y el de “fomentar la lucha de clases”. A esto se sumó la cuestión del “carácter” del presidente como si se tratara también de un psicoanálisis. El juicio político y la destitución de Lugo han entregado ya la Presidencia al anterior vicepresidente, Federico Franco, del Partido Liberal, y fiel a los poderes económicos del país, quien fue siempre el baluarte de la oposición al interior del Gobierno, merced a una extraña alianza electoral. Este presidente, sin elección, ya había intentado sin éxito anteriormente esta técnica del juicio político.



La candidatura de Fernando Lugo aglutinó a sectores muy diversos que combinaban agrupaciones progresistas con partidos de izquierdas y organizaciones sociales campesinas. No obstante, más que una suma de organizaciones populares, se trataba más una articulación laxa y poco orgánica, nucleada en torno a las posibilidades inéditas de victoria gracias al perfil del candidato: la Alianza Patriótica por el cambio. La victoria de Lugo terminó con décadas de dominio del Partido Colorado en el sistema político paraguayo. El nuevo presidente enfrentó desde su llegada, prácticamente sin grupo parlamentario propio, el chantaje permanente de los contrapoderes oligárquicos en el Estado.



Las diferencias internas, el débil respaldo popular organizado, y la timidez política del presidente han lastrado todo el mandato del Gobierno. Las transformaciones se circunscribieron a una mejora significativa de la política social, pero sin grandes avances en cambios estructurales, en particular de la problemática de la estructura hiperconcentrada de propiedad de la tierra.



La destitución de Lugo fue calificada de “maniobra antidemocrática” por parte de los cancilleres de varios países de la UNASUR, que volaron de inmediato a Asunción para apoyar al Gobierno democráticamente elegido. Mientras se escribe esto, y a la espera de posicionamientos más desarrollados, los presidentes de la Organización de Estados Americanos y la Unión de Naciones Surameticanas, expresaron su rechazo de la maniobra de destitución. La presidente brasileña Dilma Roussef ya ha sugerido la exclusión de Paraguay del MERCOSUR. Los gobiernos ecuatoriano, argentino, boliviano y venezolano ya han hecho público que no reconocen al nuevo Ejecutivo paraguayo. La reacción regional ha sido ejemplar, y muestra los efectos del avance del proceso de integración latinoamericana, pero no ha podido evitar hasta la fecha el cambio de gobierno en Paraguay. Por el contrario, los gobiernos español, alemán y el Estado Vaticano se apresuraron a reconocer el gobierno golpista. Mientras tanto, Estados Unidos “llama a la calma”.



El gobierno de Paraguay, hasta el momento, se enmarcaba en una dinámica regional latinoamericana de gobiernos progresistas, que, con distintas intensidades y alcances, compartían una agenda política hoy ya hegemónica en la región, que marca claramente el sentido de época dominante y determina el terreno de la disputa política incluso para los actores más conservadores. El gobierno paraguayo ya destituido se inscribía en un esfuerzo por la recuperación de la soberanía nacional, la integración regional, la inclusión de las mayorías subalternas y el combate de la desigualdad y la pobreza, mínimo común denominador de las actuales experiencias de gobiernos progresistas en América Latina.



Estos proyectos, aún cuando conquistan las Presidencias por una combinación variable de movilización social y victoria electoral, se topan de inmediato con los contrapoderes oligárquicos en el Estado. La lucha política más importante se desplaza al interior del Estado, entendido no sólo como el conjunto de los aparatos y administraciones públicas sino también como las instituciones de la sociedad civil que son decisivas en el proceso político (gremios profesionales, poder financiero, medios de comunicación empresariales, organizaciones sociales, etc.) aunque a menudo estén a buen recaudo del control democrático.



Enmarcados en esa conflictividad que se libra al interior del Estado como campo de disputa, se han producido en los últimos años diversos intentos de desestabilización, destitución y restauración oligárquica en varios países latinoamericanos: Los intentos fallidos de Venezuela 2002, Bolivia 2008, y Ecuador 2010; los golpes exitosos de Honduras 2009 y Paraguay 2012. Estos intentos siguen un patrón de “golpe blando” que difiere de los golpes militares tradicionales, y en el que los poderes conservadores provocan crisis políticas destinadas al derrocamiento del presidente, pero relativamente dentro de la procedimentalidad institucional. En estos procesos la violencia reaccionaria nunca está ausente, pero juega sólo un papel auxiliar: como precipitadora de la crisis o como represión moderada de la respuesta popular posterior.



En este nuevo golpismo latinoamericano, los medios de comunicación privados, juegan un papel fundamental. Los oligopolios mediáticos, que denuncian toda fiscalización como ataques a la libertad de expresión, se erigen en “verdaderos representantes” de la opinión pública que construyen, y representan como aislados a Ejecutivos que detentan un apoyo popular invisibilizado en la esfera pública. Además, producen un marco general de inestabilidad, del que se responsabiliza a los presidentes, y disputan con eficacia la legitimidad democrática, a menudo haciendo uso de las posiciones académicas dominantes sobre el “populismo” y la desconfianza de la participación plebeya directa por fuera de los canales institucionales –e individualizadores- tradicionales.



Iñigo Errejón es doctor e investigador en Ciencias Políticas en la UCM. Alfredo Serrano es doctor en Economía por la UAB. Ambos son miembros de la Fundación CEPS.

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jueves, 28 de junio de 2012

MANIFIESTO CON MOTIVO DEL DÍA DEL ORGULLO LGTBI

¡Nuestros derechos no se recortan!



Manifiesto de ALEAS IU con motivo del Orgullo LGTBI 2012



El 28 de junio conmemoramos el Día del Orgullo LGTBI, un día de alegría, rabia y memoria. Alegría para celebrar las importantes conquistas que el movimiento LGTBI ha alcanzado en los últimos años, avanzando sin rendirse en su firme lucha por la igualdad y la diversidad. Rabia para indignarnos y rebelarnos ante una realidad que nos sigue invisibilizando, discriminando y oprimiendo, pero también para defender con uñas y dientes los derechos que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir y que hoy corren serio peligro. Por último, memoria para no olvidar nuestro pasado, para recordar el compromiso militante de varias generaciones de activistas LGTBI que desde los suburbios de Nueva York y las plazas de Buenos Aires a las ramblas de Barcelona arriesgaron sus vidas por conquistar más igualdad y más libertad en tiempos no tan lejanos.



Hoy, cuando se cumplen 43 años de los disturbios de Stonewall, es necesario continuar la lucha, alzar la voz una vez más. En la actualidad la lucha de lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales, en el marco de la crisis global del capitalismo, tiene que reimpulsarse, reinventarse, fortalecerse y encontrarse con otros movimientos sociales de resistencia para plantear juntos una verdadera alternativa social ante un sistema que hace aguas, que frente a su debilidad sólo es capaz de imponer más pobreza y más violencia. Esta gran estafa, mal llamada "crisis", promete acabar con todo, con la democracia y con los derechos sociales, con los cimientos de un Estado del bienestar construido gracias a la fuerza de muchas luchas sociales. Ante esta amenaza para los pueblos no puede caber la resignación ni el conformismo. Hay que gritar basta.



Lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales sufrimos en nuestras propias carnes los efectos de los planes de ajuste y de las políticas de "austeridad", pero para nosotras y nosotros los recortes empezaron antes de esta "crisis" económica. Comenzaron cuando el Partido Popular recurrió nuestros derechos, y los de nuestras familias, ante el Tribunal Constitucional, pretendiendo así frenar conquistas que el movimiento LGTBI ha ganado en las calles y en las instituciones junto a las fuerzas políticas de izquierda. Más tarde, los recortes a la igualdad continuaron con una reforma laboral injusta, aprobada por el gobierno del PSOE, que ha condenado al colectivo LGTBI, especialmente vulnerable en el ámbito laboral, a más paro y más precariedad.



Con el gobierno del PP y la troika las tijeras del capital siguen hoy amenazando los derechos y la dignidad de lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales. Esas tijeras recortan impunemente los contenidos sobre diversidad afectivo-sexual y LGTBIfobia de la asignatura Educación para la Ciudadanía, recortan nuestros derechos laborales con una nueva reforma laboral exigida por los insaciables mercados, se manchan de sangre recortando irresponsablemente las ayudas públicas a la lucha contra el VIH/SIDA y atacan los derechos humanos de las y los migrantes y las personas transexuales recortando su acceso a la sanidad pública. De esta forma, lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales aparecemos en el centro de la diana del neoliberalismo. Mientras tanto, la banca, el ejército, la iglesia y la patronal, instituciones claramente LGTBIfobas, conservan todos sus privilegios, también los económicos. Sus recortes son nuestra verdadera crisis.



En las escuelas, en las consultas médicas, en los centros de trabajo... la discriminación persiste y los brutales recortes que sufrimos actualmente la refuerzan especialmente. La LGTBIfobia "liberal" muestra en este contexto de crisis su cara más cruda y amarga. La derecha, la iglesia, la caverna mediática y la patronal hacen gala sin tapujos de su tradicional machismo y LGTBIfobia y señalan claramente quiénes son las y los condenados a pagar los efectos de la crisis capitalista. La igualdad nunca les ha gustado y ahora está en el punto de mira de sus recortes. Su objetivo final es claro, hacer pagar la crisis a las grandes mayorías sociales, y no a sus verdaderos culpables. Con total impunidad rescatan bancos, pero jamás trabajadoras ni trabajadores.



Sobran motivos para indignarse, para protestar, para ocupar las calles, no podemos rendirnos ahora. No son tiempos fáciles para el colectivo LGTBI y por ello debemos defender la solidaridad como nuestro principal instrumento; unir fuerzas sociales, tejer alianzas desde abajo y a la izquierda para seguir combatiendo el machismo y la LGTBIfobia, para continuar nuestra lucha por la igualdad y la diversidad. Reivindicamos un Estado laico, participamos en las mareas en defensa de los servicios públicos, trabajamos en el movimiento feminista y en el estudiantil, paramos el país en las huelgas generales y nos unimos a los trabajadores mineros en lucha. Porque lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales también somos clase obrera. Pensamos que nuestra lucha por la liberación sexual y de género sólo puede entenderse desde la izquierda, ya que sólo desde la izquierda podremos contribuir a crear una alternativa real a las políticas de ajuste, paro y precariedad.



Rechazamos el capitalismo, también el rosa. Nuestros derechos no pueden convertirse en un negocio y, por eso, llamamos a la celebración de un Orgullo LGTBI alegre, rebelde y combativo, que logre recuperar la protesta y la reivindicación, repolitizando y desmercantilizando nuestra lucha. Sólo así conseguiremos impulsar una respuesta clara y contundente frente al capitalismo heteropatriarcal. Este sistema nos invisibiliza, nos discrimina, nos recorta..., pero nosotras y nosotros responderemos. No más estafas, no más chantajes, no más recortes. No pagaremos su deuda. La crisis no es excusa, la igualdad no se recorta. ¡Ni un paso atrás!



Área de Libertad de Expresión Afectivo-Sexual (ALEAS) de Izquierda Unida .
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EL PORQUÉ DE LAS PROTESTAS MINERAS

El porqué de las protestas mineras



Darío Díaz Alvarez
Economista. Gabinete Técnico CCOO de Asturias

nuevatribuna.es
20 Junio 2012 - 21:38 h. .Cuando se daba por desaparecida (o casi) la figura del minero, quedando aquélla como un personaje del siglo pasado, solamente sujeto a maravillosas fotografías, en blanco y negro, que nos retrotraía a épocas cercanas a los comienzos de la industrialización en nuestro país, surgen las imágenes que a algunos les gustaría haber desterrado de la faz de la tierra: carreteras cortadas con neumáticos ardiendo, atascos en todas las comunicaciones, encierros en pozos mineros, huelgas acompañadas de multitudinarias manifestaciones en las comarcas mineras (que aún siguen existiendo, aunque cueste creerlo) de Comunidades Autónomas como León, Asturias o Aragón.



Qué quieren los mineros?. No comprenden que la minería es un sector sin futuro, en crisis total?, claman los ultraliberales que, al mismo tiempo, “aplauden” el rescate de otro sector mucho más quebrado que el minero.



Ya están los asturianos reivindicando seguir viviendo de las subvenciones públicas, proclaman algunos tertulianos “famosillos” después de pasarse por alto e incluso defender bochornosos “regalos” a los grandes capitales, en forma de amnistía fiscal.



El hecho es que tras dos planes mineros, firmados por los Sindicatos UGT y CC.OO. con dos gobiernos distintos (PP y PSOE), para los periodos 1998-2005 y 2006-2012, conseguidos con “sangre, sudor y lágrimas” y con la “espada de Damocles” empuñada desde Bruselas para acabar con el sector a partir de 2018, al gobierno de Rajoy se le ocurre que para qué vamos hacer sufrir más al enfermo, si podemos meterle la “estoca” este mismo año y ya que el Nalón pasa por Langreo de paso lo justificamos con la necesidad de fuertes recortes presupuestarios que tanto sirven para la enseñanza, como para la sanidad, la minería o la dependencia.



El ajuste llega hasta un 63% sobre lo presupuestado en 2011 y sobre lo pactado para 2012, tanto en ayudas directas a la explotación como en ayudas a la reactivación de las comarcas mineras



Todo lo anterior de por sí siendo grave, encierra otros efectos que sin su conocimiento y análisis haría difícilmente comprensible el “estallido social” que ha generado esta medida claramente impopular. Veamos cuales son las razones económicas y políticas.



Razones económicas



Al igual que ya ocurriera en las principales cuencas mineras de la Unión Europea, correspondientes a destacados países como Alemania, Belgica, Francia o Reino Unido, a la industria del carbón se les asignó una fecha de caducidad a partir de dos premisas esenciales: aparición de nuevas fuentes energéticas (prioritariamente las renovables) y la creencia generalizada de la existencia (a nivel global) de suficientes reservas carboníferas para hacer frente a las necesidades futuras de una energía no limpia y cara como la que se producía, en ese momento, en la Unión Europea.



Partiendo de esa idea genérica, se fue reduciendo la producción de carbón bajo la estrategia de un cierre ordenado y pacífico (salvo en el caso del Reino Unido) con compensaciones sociales de todo tipo y búsqueda de alternativas económicas que hiciera de los territorios sujetos a reconversión agentes reactivadores en otros tipos de industria o empleos alternativos.



En España, los primeros ajustes serios se llevaron a cabo después de nuestra integración en la por entonces Comunidad Europea, contando siempre con el beneplácito de los agentes sociales, no de forma gratuita sino tras fuertes movilizaciones que fueron las que llevaron a la firma no solamente acuerdos importantes de empresa (como fue el caso de Hunosa), sino de los trascendentales Planes Generales de la Minería.



Pues bien, bajo la misma filosofía que impregnaba los cierres mineros en las cuencas del resto de Europa, se había alcanzado un consenso por el cual los sucesivos ajustes se harían con compensaciones sociales (las famosas prejubilaciones), inyecciones de fondos para infraestructuras y nuevo tejido industrial y el mantenimiento de ayudas a la explotación, por entender que, hoy por hoy y pese a su alto coste, el carbón puede formar parte de un mix energético propio que salve cualquier necesidad perentoria encuadradas en el amplio abanico de demandas energéticas, máxime teniendo en cuenta que es una de las pocas energías autóctonas que tiene nuestro país.



Bajo la amenaza del cierre total de la industria del carbón, allá por 2018, en el sector minero, aún pueden confluir dos viejas reivindicaciones que tienen poco que ver con la crisis bancaria, la dichosa prima de riesgo, recortes para reducir el déficit público, etc… que nos amenaza un día sí y otro también con arruinarnos el futuro de nuestro país: ayudas a la explotación que, además de estar consensuadas con los agentes sociales permitirían mantener, aunque sea en mínimos, esa necesidad de completar la “cesta” de productos energéticos, pero sobre todo las ayudas a la reactivación de las comarcas mineras que permitirían finalizar un proceso de fuerte impacto social y económica a pesar de los sucesivos incumplimientos en su financiación y de la mala gestión llevada a cabo en muchos casos.



Algunos datos significativos apuntan a unos compromisos de inversión en infraestructuras, formación y proyectos empresariales del orden de 5.000 millones de euros en el plan 1998-2005 y de 2.000 millones entre 2006 y 2012. Bien es verdad que gran parte de estos últimos compromisos no se pudieron llevar a cabo, fundamentalmente por efectos de la crisis económica que impidieron la cofinanciación de distintos y variados proyectos, amén de una gestión manifiestamente mejorable.



Como también podemos considerar algún que otro fracaso, dentro del ámbito empresarial, en lo que podemos denominar como proyectos nacidos de los “buscadores de subvenciones” que ha ocasionado notables frustraciones en el contexto sociolaboral y empresarial, por ser captadores de multimillonarias ayudas empresariales sin constatación práctica en el tejido empresarial. Bien es verdad que los fracasos empresariales de los Fondos Mineros están en consonancia con la propia práctica empresarial en momentos de crisis, pero también es verdad que sin ser notable su presencia se percibe algún proyecto fruto de la reactivación de las cuencas, a los que será necesario apuntalar con nuevas iniciativas.



Pero es que, además, el factor dinamizador del sector hullero juega un papel muy significativo en la economía de las comarcas mineras, no en vano aún nos encontramos con 7.000 empleos en toda España que dinamizan parte de la economía de 60 municipios, no de forma homogénea en todos y cada uno de ellos, pero si que podemos decir que sin el carbón muchas comarcas de Asturias, León o Teruel quedarían como un auténtico desierto.



Razones políticas



A las razones económicas hay que añadirle las políticas, pues solamente de este calado ha de ser la negativa a inyectar 200 o 300 millones de euros más en los presupuestos del Estado para el ejercicio 2012, con el fin de mantener un sector aún considerado como estratégico y ayudar, aún con pocos recursos, unas comarcas cuyo horizonte puede ser tan negro como el color del mineral que sacan de sus entrañas, cuando apenas hace unos días se ha aprobado la mayor ayuda económica que un sector, en clara recesión como es el bancario, haya obtenido de las autoridades monetarias europeas, sin que quede claro cual es el objetivo del mismo, teniendo en cuenta no solamente las dificultades de liquidez que tiene el sector sino, lo que es más peligroso, de insolvencia.



Alrededor de todo ello gira también la terrible sospecha de que este gobierno intenta echarle un pulso a uno de los sectores más combativos del movimiento obrero (los mineros), sin los cuales la conflictividad social pierde a uno de sus auténticos baluartes en la pelea por los derechos sociales de los trabajadores, a los que se quiere minar tras auténticas barbaridades reformistas, como si una vulgar política tatcheriana pudiese con ello frenar las demandas sociales que pueblan el conjunto del territorio español.

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CONGRESO DE ESCRITORES, INTELECTUALES Y ARTISTAS POR EL COMPROMISO

Congreso de Escritores, Intelectuales y Artistas por el compromiso



26 junio, 2012
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Posted by larepublica.es


En el próximo Otoño se celebrará el Congreso de Escritores, intelectuales y artistas por el compromiso, convocado por una serie de personas y entidades, bajo el lema “Un impulso transformador de la cultura y la lucha ideológica”, en un momento de grave situación social, económica y financiera, y frente a las salidas que el neoliberalismo está imponiendo, en el seno de una ideología dominante y, a la vez, una pérdida de los valores de izquierda, que es preciso combatir.



El Congreso supone asimismo un homenaje al “II Congreso internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura”, en el 75 aniversario de su celebración en julio de 1937. Dicho Congreso tuvo lugar en Valencia, Madrid, Barcelona y París. Al reunirse sobre todo en zona republicana, durante la guerra civil, intelectuales de todos los países mostraron su adhesión a la II República y su rechazo al asalto fascista que estaba sufriendo España.



Más allá de la conmemoración el Congreso persigue unos OBJETIVOS. La crisis y sus secuelas han generado un profundo malestar en el mundo de la cultura, que viene expresándose a través de un amplio silencio o en opiniones o tomas de posición contra el capitalismo, sin ofrecer alternativas explícitas. Nos encontramos en un momento crítico para pulsar la real disposición de este mundo a la vuelta al compromiso. Desde un concepto alternativo de la cultura, como parte de la lucha ideológica; desde la literatura y el arte concebidos como instrumentos de cambio real; desde la urgente necesidad de una respuesta contra la amputación de la democracia y la conversión de todo en mercancía, en esta fase postmoderna del capitalismo avanzado, un grupo de mujeres, hombres y entidades diversas, preocupados por la situación actual, por el aumento de la explotación y el dominio, y frente a una norma cultural e ideológica supuestamente moderna y neutral, hemos lanzado un llamamiento para un debate abierto y plural de cara a una triple intención: despejar el lugar del escritor, el intelectual y artista en el panorama actual, desde el punto de vista de su compromiso explícito; analizar la posibilidad de una literatura y una arte “otros”, frente a la norma hegemónica; y avanzar en la posibilidad de una “lectura” o discurso alternativo, al margen de los valores de la crítica establecida y del canon acuñado por la ideología dominante y las pulsiones del mercado.



Se llama a un debate transformador. La respuesta a la situación actual no consiste en concebir una modernidad al margen de la lucha de clases, ni encubrir las derrotas colectivas asumiendo los valores del adversario. Se trataría, en todo caso, de caracterizar nuestras derrotas y formular un discurso que, sin asumirlas, se enfrente a ellas de cara al futuro. Derrotados pero no vencidos y, mucho menos, rendidos.



Figure pues este borrador de manifiesto también como una convocatoria de un Congreso, cuya celebración se prevé en Madrid a finales de octubre. A tal efecto, y antes de finalizar septiembre, se deberán aportar resúmenos de folio y medio sobre las comunicaciones que se pretenden exponer, aunque el debate



será libre en todo caso, previéndose la publicación de los textos por editorial española Atrapasueños. El reto consiste en que el Congreso diera lugar a un manifiesto consensuado que pudiera sentar las bases de una nueva alianza internacional de Escritores, intelectuales y artistas.



Correo electrónico: cic.congreso@gmail.com

Web Congreso: http://culturaporelcompromiso.wordpress.com/



Primeras adhesiones:



Marcos Ana, poeta (España), Marta Sanz, escritora (España), Isaac Rosa, escritor (España), Phill Katz, diseñador (Reino Unido), John Callow, historiador (Reino Unido), Ramón Pedregal, crítico de literatura (España), Armando López Salinas, novelista (España), Lourdes Ortiz, escritora (España), Carolina García Rato, traductora (Luxemburgo), Daniel Morcillo, arquitecto (España), Vivian Núñez, editora (Cuba), Higinio Polo, historiador (España), Daniel Lacalle, ingeniero (España), Carlos Sánchez-Casas, arquitecto (España), Juan Ramón Sanz, poeta (España), Víctor Cassaus, escritor y periodista (Cuba), Felipe Alcaraz, escritor (España), Antonio Baylos, periodista (España), Peio H. Riaño, escritor y periodista (España), Luisgé Martín, escritor (España), Theo Elssaca, escritor (Chile), David García, corrector literario (España), Matías Escalera Cordero, escritor (España), Alberto García Teresa, poeta (España), Diego Doncel Manzano, escritor (España), José Ma Alfaya, cantautor (España), Antonio Ortiz Mateos, investigador (España), Oscar Curieses, poeta (España), Amado del Pino, dramaturgo (Cuba), Manuel Parra, poeta (España), Sara Rosenberg, escritora (Perú), Aziz Salmone Fall, politólogo (Canadá), Ángel Luis Encinas Moral, escritor y traductor (España), Ángel Petisme, poeta y cantante (España), Enrique Falcón, escritor (España), Ángeles Maeso, crítica literaria (España), Rafael Córdoba Hernández, arquitecto urbanista (España), Jorge Cabero Zumalacárregui, politólogo, escritor y diseñador gráfico (España), Antonio Orihuela, poeta y ensayista (España), Pablo Reguera, escritor (España), Juan Antonio Hormigón, director de escena y escritor (España), David Otero, escritor (España), Rubén Puga, actor y dramaturgo (Costa Rica), Santiago Alba Rico, escritor y filósofo (España), Lucía Sócam, cantante (España), Paco Moyano, cantaor (España), Ginés Férnandez, periodista (España), Alfonso Sastre, autor teatral (España), Manuel Gerena, cantaor (España), Eva Sastre, editora (España), Joaquín Recio, editor (España), Luis Cotarelo, editor (España), Enma Cohen, actriz (España), Paco Doblas, poeta (España), Juan Pinilla, escritor y cantaor (España), Ángel de la Cruz, periodista (España), Juan Manuel Molina Damián, poeta (España), Carlos Álvarez, poeta (España), José Domínguez Muñoz, El Cabrero, cantaor (España), Andrés Vázquez de Sola, periodista y dibujante (España), Fernando Macías, poeta (España), Antonio Piera, escritor y periodista (España), Ana Moreno Soriano, profesora universitaria (España), Manuel del Pino Berenguer, periodista (España), Pedro Casanova, profesor universitario (España), Eduardo Castro, poeta y periodista (España), Antonio Negrillo, profesor universitario (España), Julia Hidalgo, comisión cultura PCE (España), Antonio José Domínguez, periodista (España), Juan Francisco Arenas, profesor (España), Yolanda Ortiz, profesora universitaria (España), Baltasar Garzón, inspector enseñanza (España), Cristina Castillo, profesora universitaria (España), David Zapata; compositor y cantante (España), Juan García Limia, profesor universitario (España), Lamrani Salin, escritor (Francia) .







Organizaciones:



Fundación Domingo Malagón, Asociación Foro por la Memoria, Marx Memorial Library (Londres) , Associació catalana d’investigacions marxistes , Centro Pablo de la Torriente Brau (La Habana, Cuba), Fundación Iberoaméricana (Chile) , Librería Atrapasueños, Fundación de Investigaciones Marxistas, Fill Roig , Fundación Aubin (Canadá) , Amigos de la República Española en Luxemburgo, Agrupación ateneísta Juan Negrín



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martes, 26 de junio de 2012

"ESTAMOS ASISTIENDO AL HUNDIMIENTO DE UN MUNDO,..."

 Entrevista a Fréderic Lordon, director de investigación del CNRS e investigador del Centro de Sociología Europeo (CSE)


«Estamos asistiendo al hundimiento de un mundo, están a punto de desatarse fuerzas inmensas»





www.revuedeslivres.fr





Traducido para Rebelión por Caty R. y Beatriz Morales Bastos









Fréderic Lordon es economista, director de investigación del CNRS e investigador del Centro de Sociología Europeo (CSE). Sus últimas obras son D’un retournement l’autre. Comédie sérieuse sur la crise financiare. En Quatre actes, et en alexandrins (Seuil, 2011), Capitalisme, désir et servitude. Marx et Spinoza (la Fabrique, 2010) y L’Intérêt souverain. Essai d’anthropologie économique (La Découverte, 2011).









La versión original (en francés) de este texto ha sido publicada en RdL, la Revue des Livres n° 3 (enero-febrero de 2012) y es accesible en www.revuedeslivres.fr









En esta gran entrevista, Fréderic Lordon expone sus comentarios y análisis de la actual crisis económica y sus orígenes. Con tono mordaz y una visión rigurosa repasa las causas y efectos de la crisis y además comenta el tratamiento de la Economía por parte de los medios de comunicación, el lugar que ocupa en el ámbito universitario y la eventual salida del euro. Mientras doblan las campanas por el proyecto neoliberal, nos dice, la actualidad es una oportunidad única de un cambio profundo: un mundo se derrumba ante nuestros ojos.









¿Qué pasa? ¿Qué está ocurriendo ante nuestros ojos desde hace treinta años, desde 2008, desde hace unos meses, desde hace unas semanas?









Es una lección histórica. Debemos abrir bien los ojos, no suele darse la oportunidad de ver algo parecido. Asistimos al derrumbamiento de un mundo que se convertirá en escombros.









La historia económica, en particular la que ha optado por no dejarse limitar totalmente –hablo de autores como Kindleberger, Minsky o Galbraith- ha reflexionado desde hace mucho tiempo sobre el inmenso poder destructivo de la finanza liberal que necesitaba poderosos intereses –obviamente fabricados- de ceguera histórica para colocar en los raíles ese tren de las finanzas que ya ha causado tantos desastres; como sabemos, en Francia fue la izquierda que gobernó la que se encargó. De modo que a la vista de las lecciones de la historia, desde el primer momento de la desregulación se podía anunciar la perspectiva de una inmensa catástrofe, aunque sin saber dónde, cuándo o cómo se produciría exactamente. Dicha catástrofe ha tardado 20 años en sobrevenir. Pero aquí está. Sin embargo hay que señalar que un escenario que algunos habían previsto a largo plazo consideraba la hipótesis de una sucesión de crisis financieras graves, que se recuperarían pero sin resolver ninguna de las contradicciones fundamentales del mercado de las finanzas, en un orden de gravedad creciente hasta llegar a «la madre de todas las crisis».









Según ese esquema, la primera crisis de la serie no tardó ni un año en manifestarse ya que el gran crac bursátil se produjo en 1987… después del big bang de 1986. Luego las crisis se sucedieron con una frecuencia media de tres años. Y llegamos a 2007. No fue 2007 y tampoco en 2010. Es ahora cuando el discurso liberal no hace más que presionar para hacernos tragar la idea de una crisis de las deudas públicas totalmente autónoma, en principio europea, imputable a una fatalidad esencial de la indigencia del Estado. Pero obviamente el hecho generador fue la crisis de las finanzas privadas que se desencadenó en Estados Unidos, que por otra parte fue una expresión típica de las contradicciones de lo que podríamos denominar, simplemente, el capitalismo de baja presión salarial en el que la doble limitación de la rentabilidad accionarial y de la competencia del libre cambio lleva a los salarios a una compresión continua y no deja otra solución a la solvencia de la demanda final que el sobreendeudamiento de los hogares.









Esa configuración es la que explotó en el sector particular de los créditos hipotecarios (más conocidos como subprimes) y en un año desestabilizó todo el sistema financiero estadounidense y después, interconexiones bancarias obligan, el europeo, hasta el «momento Lehman», donde llegamos al borde del precipicio y hubo que salvar a los bancos. Y digo que «hubo que salvar a los bancos» porque la ruina completa del sistema bancario nos habría llevado en cinco días, en el aspecto económico, al «estado de naturaleza». ¡Pero no se trataba de de salvarlos y después nada! Sin embargo es lo que han hecho todos los gobiernos conformándose, a partir de 2009, con anunciar proyectos de volver a la regulación en los que el tono marcial disputa con la inocuidad. Tres años después la vuelta a la regulación financiera no ha pasado de una etapa vacilante –lo cual es muy lamentable, ya que el sistema financiero es todavía más vulnerable que en 2007 y tenemos una crisis muy superior… Mientras tanto los banqueros rescatados juran que no deben nada a la sociedad con el pretexto de que la mayoría de ellos han reembolsado las ayudas de emergencia que recibieron en el otoño de 2008. Naturalmente, para restablecer su conciencia al mismo tiempo que sus balances financieros, fingen ignorar la amplitud de la recesión que el choque financiero dejo tras él. Un choque financiero del que vinieron, en una primera etapa, el hundimiento de los ingresos fiscales, el recorte automático de los gastos sociales, el crecimiento del déficit y la explosión de las deudas. Y después, en una segunda etapa, los planes de austeridad… ¡Exigidos por los mismos financieros a los que se acababa de rescatar a costa del Estado!









Así pues, desde 2010 y el estallido de la crisis griega, las finanzas supervivientes masacran los títulos soberanos en los mercados mientras que el mundo financiero habría fallecido si los Estados no se hubieran sangrado para rescatarlo de la nada. Es tan colosal que casi es hermoso… Para rematar la faena, los mercados exigen a los Estados –y por supuesto lo consiguen- políticas restrictivas coordinadas que tienen el mérito de llevar a un resultado exactamente opuesto al que presuntamente se busca: la restricción generalizada es tal que los ingresos fiscales se hunden tan rápido como se recortan los gastos, y finalmente las deudas crecen… Pero la austeridad no es mala para todo el mundo: su excusa perfecta «el problema de las deudas públicas» permite a la agenda neoliberal acumular progresos espectaculares impensables en cualquiera otra circunstancia.









Ya lo hemos entendido, la lección no es tanto económica como política. Por otra parte es tan sustanciosa que no se sabe por dónde agarrarla. Por una parte tenemos la extraordinaria posición de poder conquistada por la industria financiera, que puede obligar a los poderes públicos a socorrerla y después puede volverse contra dichos poderes públicos especulando con las deudas soberanas, y para remate rechazar cualquier tipo de regulación seria. Por otra parte está la fuerza de la agenda neoliberal que, inflexible, sigue su camino en medio de las ruinas que ha producido: El neoliberalismo nunca ha conocido un avance tan prodigioso como este gracias… a su crisis histórica, el estallido de las deudas públicas que ha creado una oportunidad formidable y sin precedentes para desmantelar el Estado social por medio de los planes de austeridad y el «pacto del euro». Por todas partes solo se ven grandes regresiones. Finalmente, y quizá sobre todo, está la crisis histórica de la soberanía, atacada por dos flancos. Por un lado por los mercados financieros, porque ahora ya es obvio que las políticas públicas no se conducen (solo) según los intereses legítimos del cuerpo social, sino según las conminaciones de los acreedores internacionales convertidos en un «cuerpo social competidor», tercer intruso del contrato social que ha eliminado de manera espectacular a una de las partes. Y por otro lado el ataque de la construcción europea, porque «en buena lógica» es necesario reconducir y profundizar en eso que ya se ha demostrado convenientemente tóxico: un tipo de modelo europeo que somete las políticas económicas nacionales por una parte a la tutela de los mercados de capitales y por otro lado a un mecanismo de reglas cuyo endurecimiento está conduciendo al despojo absoluto de las soberanías en beneficio de un cuerpo de controladores (la Comisión) u obligaciones constitucionales («reglas de oro») de las que solo hay que ver la depresión en la que nos han hundido desde que se vienen aplicando en 2008 y en la que nos seguimos hundiendo sin remedio…









Pero quizá la auténtica lección empiece ahora que están a punto de desencadenarse fuerzas enormes. Si como se podía presentir desde 2010 cuando se lanzaron los planes de austeridad coordinados, el fracaso macroeconómico anunciado conduce a una oleada de bancarrotas soberanas, el hundimiento bancario que seguirá inmediatamente (o que precederá, por un efecto de anticipación de los inversores) será, al contrario del de 2008, irrecuperable, en cualquier caso para los Estados, que financieramente ya están rendidos; solo quedará la alternativa de una emisión monetaria masiva o el estallido de la Eurozona si el Banco Central Europeo (y Alemania) rechazan la primera solución, En una semana cambiaremos literalmente de mundo y podrían ocurrir cosas insólitas: restauración de los controles de capitales, nacionalizaciones inmediatas e incluso expropiación de los bancos, restablecimiento de los bancos centrales nacionales –esta última medida firmaría, por sí misma, la desaparición de la moneda única-, la salida de Alemania (seguida por algunos satélites), la constitución de un eventual bloque «sureuropeo», o bien el regreso de las monedas nacionales.









¿Cuándo sobrevendrá esta conflagración? Nadie puede decirlo con certeza. No podemos excluir que una cumbre europea consiga por fin golpear lo suficiente para calmar por un momento la especulación. Pero el tiempo ganado no impedirá que la macroeconomía haga su trabajo: cuando se imponga, de aquí a seis o doce meses, la evidencia de una recesión general como resultado de la austeridad generalizada y los inversores vean que sube sin parar la marea de las deudas públicas que presuntamente deberían frenar las políticas restrictivas, la conciencia del atolladero absoluto que aparecerá en ese momento conducirá a los propios operadores a declarar una «capitulación», es decir, una avalancha masiva fuera de los compartimentos obligatorios y, por efecto del mecanismo de propagación cuyo secreto posee la finanza liberalizada, una dislocación total de los mercados de capitales en todos los sectores.









Y durante ese tiempo las tensiones políticas se acumularán, ¿hasta un punto de ruptura? Como en el caso de todos los umbrales críticos del mundo social histórico, no sabemos previamente dónde se encuentra ni qué es lo que determinará que lo franqueemos. Lo único cierto es que el despojo generalizado de la soberanía (por parte del mundo financiero y de la Europa neoliberal) actúa profundamente en los cuerpos sociales y necesariamente sobrevendrá algo, no sabemos qué. Lo mejor o lo peor. Percibimos claramente que habría material para reescribir una versión actualizada de La gran transformación de Karl Polanyi, recuperando la idea de que los cuerpos sociales atacados por el liberalismo siempre acaban reaccionando, y a veces de forma brutal, en proporción a lo que previamente han padecido y «acumulado». En este caso no se trata tanto de la descomposición individualista derivada de la mercantilización de la tierra, el trabajo y la moneda lo que podría suscitar esa reacción violenta, como del insulto repetido al principio de soberanía como elemento fundamental de la política moderna. No se puede dejar a los pueblos de forma permanente sin su soberanía, nacional u otra, porque la recuperarán por la fuerza y de una forma poco agradable a la vista.









La «crisis de la deuda» en primer lugar es una crisis de la Eurozona, en la que los desequilibrios se acumulaban, y que la crisis financiera ha desestabilizado. Por lo tanto se trata de una crisis monetaria aún latente (ya que el euro todavía no se ha dividido ni ha estallado) pero obvia. El probable hundimiento del euro podría tomar diversas formas: una forma atenuada con la creación de dos zonas monetarias –según un reparto entre el norte y el sur (incluida Francia) o entre el centro (incluida Francia) y la periferia- o una forma más dramática, con la pulverización del euro y la vuelta a diecisiete monedas nacionales. Al ser la moneda una construcción política, la cuestión que se plantea es de orden político: ¿en qué condiciones (políticas) ese hundimiento podría evitar el triunfo de los sentimientos nacionalistas y xenófobos y, al contrario, favorecer el acercamiento de los pueblos (o algunos de ellos) para crear nuevas construcciones (monetarias, financieras, presupuestarias, políticas…) solidarias? Si en la actualidad es probable la salida del euro, ¿cómo salir bien?









En primer lugar me siento muy tentado a repetir los propios términos de la cuestión para señalar la paradoja de que lo que se denomina concretamente «crisis del euro» no es en primer lugar una crisis monetaria. Una de las particularidades de los sucesos actuales es el hecho de que la moneda europea no es objeto de ningún rechazo, ni por parte de los residentes de la zona ni de los inversores internacionales, como lo demuestra el hecho de que la paridad entre el euro y el dólar se mantiene sin apenas fluctuaciones. En cualquier caso tenemos el hecho de que (de momento) no existe una huida hacia delante del euro, ni interna ni externa. Y si se diera solo sería el desarrollo terminal de una crisis cuya naturaleza real es otra. Pero si no es una crisis estrictamente monetaria, ¿entonces qué es?









La respuesta es que se trata de una crisis institucional. Es el marco institucional de la moneda única, como una comunidad de políticas económicas, el que corre el riesgo de volar en pedazos tras las crisis financieras que tienen como epicentros las deudas públicas y los bancos. Si explota el euro, será a continuación de bancarrotas soberanas tales que arrastrarán inmediatamente a un hundimiento bancario –a menos que este se produzca en solitario por pura y simple anticipación de los primeros-. En cualquier caso, el centro del asunto será una vez más el sistema bancario y la imposibilidad de dejarlo que se arruine sin emprender el proceso de otra forma, una propuesta en la que hay que repetir sin descanso que el rescate no puede equivaler a «encarrilarlos y ponerlos en marcha para que sigan andando»; aprovecho para añadir que después de haberme dado mucho miedo durante mucho tiempo, la perspectiva de este hundimiento cada vez me parece más agradable, ya que por fin crearía la oportunidad en primer lugar de nacionalizar íntegramente el sector bancario, simplemente haciéndose cargo de él, y después reconvertirlo en el sentido de un «sistema de crédito socializado» (1).









Así, si nos ubicamos en la hipótesis del hundimiento bancario, la cuestión es saber cuál es, en ausencia de los Estados arruinados, la institución capaz de organizar la recuperación financiera de los bancos para que recobren su actividad de suministradores de crédito. En esta configuración, solo tenemos una: el Banco Central Europeo, que no solo deberá garantizar un apoyo de liquidez (que ya es el caso) sino también desembarazar a las entidades de sus activos desvalorizados, recapitalizarlas y finalmente garantizar los depósitos y los ahorros. No hace falta decir que a escala de todo el sector bancario es una operación de creación monetaria masiva que habría que aceptar. ¿Está preparado el BCE? Bajo la influencia alemana es de temer que no. Sin embargo la urgencia extrema de restaurar íntegramente los fondos públicos y de restablecer el sistema de pagos exigirá una actuación inmediata. Es decir, que dar largas al asunto con las «conversaciones con nuestros amigos alemanes» o volver a negociar un tratado hace mucho tiempo que han desaparecido de la lista de las soluciones pertinentes.









Frente a lo que debemos identificar claramente como retos vitales para el cuerpo social, un Estado enfrentado a una negativa del BCE tomaría inmediatamente la decisión de recuperar su propio banco central nacional para que emitiera moneda en cantidad suficiente y reconstruir rápidamente un pedazo del sistema bancario en condiciones de operar. Al surgir entonces en el corazón de la Eurozona una o varias fuentes de emisión de moneda fuera de control, es decir, la creación de euros «impuros» susceptibles de corromper los euros «puros» que solo el BCE tiene el privilegio de emitir, Alemania, con el Tribunal Constitucional de Karlsruhe al frente, decretaría inmediatamente la imposibilidad de permanecer en semejante «unión» monetaria convertida en una anarquía y la abandonaría a su suerte, probablemente para rehacer un bloque con algunos seguidores seleccionados escrupulosamente (Austria, Países Bajos, Finlandia, Luxemburgo). En cuanto a las demás naciones, tendrían que elegir entre reconstruir un bloque alternativo o bien regresar cada una a su propio destino monetario, Francia, por su parte, removiendo cielo y tierra para embarcarse con Alemania… sin la menor garantía de que la aceptase a bordo…









¿Ese estallido podría desatar el resurgimiento de los nacionalismos? Este es el eterno argumento de los amigos de la Europa liberal y de la globalización: la situación actual o la guerra. Se podría empezar haciéndoles observar que la situación del continente entre 1945 y 1985, que cualquier prueba a ciegas les haría considerarla como el infierno económico en la tierra (proteccionismo, monedas nacionales, soberanías independientes, nacionalizaciones –en particular de los bancos-) fue de las más pacíficas con respecto a las inquietudes por las que fingen preocuparse. Siguiendo esta vertiente, también se podría señalar, con un argumento contrario, que los nacionalismos, separatismos y extremismos de derecha nunca se han llevado tan bien como desde que los países están sometidos a la férula de la globalización liberal.









Lo que quiero decir en realidad es muy simple: hay ciertas formas de «internacionalismo» que son las peores enemigas del internacionalismo auténtico. Porque es innegable que el hecho de maltratar, bajo la enseña de la gran integración económica mundial, a los cuerpos sociales como lo ha hecho la globalización actual, en primer lugar con el discurso de la «evidencia» cosmopolita de la nueva oligarquía, acompañada de su desprecio moralizador por los «tibios» y «replegados sobre sí mismos», es la manera más segura de enfurecer a la gente. Cuando objetivamente se ubica a los trabajadores de un país en situación de antagonismo, por ejemplo por la ferocidad de las diversas formas de la competitividad (comercial o de los territorios por los estándares sociales), realmente hace falta un candor internacionalista (por no decir una estupidez supina) por parte de los intelectuales para impartir lecciones sobre los esplendorosos horizontes del cosmopolitismo. Y es inútil apelar al sentido de la solidaridad internacional cuando las condiciones concretas del «internacionalismo» actual han destruido metódicamente dicha solidaridad. Como todo lo demás, el internacionalismo y la superación de los nacionalismos necesitan sus posibilidades que son, en primer lugar, materiales. Por los menos tu pregunta plantea el problema en sus términos pertinentes: los términos de la constitución y la composición (positiva o negativa) de las afinidades. Existen sentimientos comunes de pertenencia nacional, y a ese respecto es mejor atenerse a la lección de Spinoza: ni lamentar ni detestar, sino comprender. Y también existen posibles sentimientos comunes de clase. Siempre se trata de la misma cuestión, la de las divisiones, por sectores o transversales, según los cuales se constituyen las agrupaciones. Cuando los últimos prevalecieron sobre los primeros pudo aparecer, en efecto, la Primera Internacional.









¿Pero cuáles son las condiciones de esa prevalencia? Creo que no hay una respuesta general a esa pregunta. Hablo solo de las afinidades presentes en la coyuntura considerada. Si por ejemplo observamos la cuestión en el ámbito general de la globalización, podríamos decir que la dinámica laboral ascendente de los chinos suscita en los trabajadores mucho interés en la continuación de un régimen de crecimiento dependiente por ahora de las exportaciones. Y más ampliamente, por lo tanto, los empuja a un régimen no cooperativo del comercio internacional.









Para que el sentimiento común supere el arrastre de las afinidades nacionales y nazca el sentimiento de una solidaridad de clase que pueda agrupar a los trabajadores de diversos países, sin duda será necesario sacarlos de la relación de antagonismo objetivamente configurada por las estructuras económicas presentes que las fija a los intereses respectivos sin ninguna perspectiva de su superación espontánea. En primer lugar porque los agentes siempre siguen únicamente sus líneas de interés, y pedirles que se salgan de ellas es una quimera si no se les proponen intereses de sustitución.









Solidaridad solo es otro nombre de un alineamiento o una compatibilidad de intereses –donde la noción amplia de interés no se refiere exclusivamente a los intereses materiales, aunque también los incluye- Así, tiendo a pensar que un régimen de proteccionismo moderado que crearía en la economía china incitaciones a caminar más deprisa hacia un régimen de crecimiento «autocentrado», arrastrado por la creación de un mercado interior, haría mucho más por los trabajadores chinos y por la posibilidad de solidaridades salariales internacionales que todos los llamamientos moralistas a las virtudes del nacionalismo abstracto. Porque ese es el drama de esa idea «internacionalista»: me pregunto si se puede decir lo que decía Deleuze de los Derechos Humanos: «Es un gran concepto, ¡tan grande como un solar!». Su carácter abstracto le condena a la categoría de lo que Spinoza denomina «ideas generales», un ente imaginario que flota en el aire sin ningún anclaje en situaciones históricas concretas. Y cada vez más, la discusión internacionalista separada las afinidades particulares me parece un perfecto sinsentido.









¿Qué señala entonces el diagnóstico europeo actual? Que nada impide a priori pensar en la creación de una unión monetaria… siempre que no se le de la peor configuración posible, ¡la de Maastricht-Lisboa! Para todas las convulsiones que seguirán, el estallido del euro al menos tendrá el mérito de librarnos de ese flagelo institucional y volver a crear las condiciones de una construcción alternativa. ¿Se aprovechará la oportunidad? Y si es así, ¿quién la aprovechará? Lo único que se puede decir es que la salida de Alemania eliminaría la dificultad principal, la que procede de haber sometido todo a la construcción de las obsesiones idiosincrásicas de uno solo –otra vez una cuestión de sentimientos colectivos y su compatibilidad-, a la que siguieron la independencia del Banco Central, la exposición por principio de las políticas económicas a los mercados de capitales y su encuadre en normas automáticas antidemocráticas. Hoy vemos que en ese marco institucional la moneda europea, no la idea de una moneda europea en sí misma, ha terminado resultando trágicamente odiosa a los pueblos, ¡con razón! Por poco que se proponga un encuadre institucional que evite el maltrato económico y político del euro, una nueva moneda europea podría nacer, en principio en la propia estela de la anterior. Si se piensa, la tarea es muy simple –se deduce de la inversión radical de las características del euro actual- y que tenga como única directriz el respeto escrupuloso al principio de soberanía. En resumen:









1) Excluir a los mercados financieros de la financiación de los déficit públicos, es decir, su intrusismo en el contrato social y su capacidad de fracturarlo.









2) Eliminación de las reglas automáticas de las políticas económicas y restitución de las instituciones políticas unificadas completamente soberanas.









3) Anular el estatuto de independencia del Banco Central y restituirlo al perímetro de la soberanía democrática.









¿Y si no encontramos la voluntad política para semejante reconstrucción ni dinámicas comunes para apoyarla? Entonces obviamente volveremos a las monedas nacionales, hecho que hay que calificar justamente: no como una catástrofe nacionalista real, sino como una ocasión perdida. Se puede, es mi caso, encontrar preferibles los proyectos de superación de las naciones actuales porque, con un buen encuadre institucional, crece el poder individual y se amplían las oportunidades de paz. Pero si solo se puede elegir entre los encuadres que generan violencia económica y los que niegan la soberanía política por un lado, o las soluciones nacionales por otra parte, personalmente no dudaría ni un momento. Con la condición de ver, por lo menos, que las empresas «de superación» finalmente son proyectos de reconstrucción nacional pero a una escala ampliada. Por poco que se tome como guía absoluta el principio de soberanía, es decir, admitiéndolo intrínsecamente, se puede denominar nación a cualquier conjunto que se propone desplegarlo y por lo tanto llegar mejor a la idea de que la «nación» así redefinida es un principio abstracto pero insuperable, incluso para quienes piensan en su evolución: la nación-mundo, pero con la condición de pretender hacer política únicamente en la coyuntura actual.









¿Cómo ha reconfigurado la crisis el campo de los (pocos) economistas franceses de izquierda?









Por primera vez se ha organizado, ¡es un acontecimiento! Se ha organizado en dos planos. En primer lugar en el sentido de la intervención en el debate público respecto a la política económica: esos son los «economistas aterrorizados». Por supuesto existen economistas críticos que participan en el debate público, aisladamente o en organizaciones como Attac o la Fondation Copernic, pero es la primera vez que un grupo se constituye en calidad de economistas y para nosotros además es una manera de decir que la profesión, muy justamente cuestionada por sus increíbles errores cuando no por sus compromisos de todo tipo, no está totalmente infectada. Después los economistas de izquierda también se han organizado académicamente creando la AFEP (Asociación Francesa de Economía Política) desmarcada, de forma totalmente deliberada, de la oficial AFSE (Asociación Francesa de Ciencia Económica), donde de paso vemos que las diversas formas de nombrar una disciplina son cualquier cosa menos neutras. Todavía más que los «aterrorizados» la AFEP señala, en un registro más legitimador, que no existe una única «comunidad» de economistas. También indica que existe un vínculo entre las opciones intelectuales dominantes en el campo de los economistas y la debacle general que se desarrolla ante nuestros ojos. Denuncia la tremenda falta de pluralismo de un universo «científico» que sin embargo como tal se le supone abierto al debate intercrítico.









Sé que todas estas pueden parecer consideraciones sofisticadas hechas únicamente para interesar a los pertenecientes al sector, pero al mismo tiempo hay que ver con claridad cuáles son las consecuencias muy concretas –y muy devastadoras- en el exterior: la ciencia económica dominante ha contribuido considerablemente a crear el mundo financiero contemporáneo y los mercados de las finanzas, también es esa ciencia la que informa las políticas económicas de austeridad; su papel en el desastre histórico es abrumador.









El encarnizamiento con el que los economistas ortodoxos han emprendido la erradicación, hay que hablar en estos términos, de cualquier diferencia heterodoxa y cualquier pensamiento crítico, es impresionante. Son asuntos totalmente concretos, muy mezquinos vistos desde fuera, pequeñas y siniestras historias de puestos, becas de doctorado, coloquios y publicaciones. Y hay que decir, por ejemplo, que no aparece ni un solo heterodoxo como agregado de Ciencia Económica, ni uno solo promocionado al grado de director de investigación entre los heterodoxos del CNRS, y que incluso después de la crisis está política de erradicación continúa con más fuerza.









Obviamente esos hechos solos no bastan para organizar la desaparición de la heterodoxia por puro y simple desgaste demográfico. Aunque alguien pueda poner límites a los estudiantes de doctorado, ¡no puede hacerlos desaparecer! Pero las condiciones de entrada en las instituciones académicas son atrozmente adversas para los jóvenes doctores heterodoxos que necesitan ser santos –o locos- para lanzarse. Sin embargo hay que informar de todo esto a ese veredicto intelectual que va a aparecer inevitablemente y no dudará ni un momento en declarar que todo es exacto en el pensamiento heterodoxo y todo falso en el ortodoxo. Y buena suerte a los que siguen creyendo que la Ciencia (en cualquier caso la Económica) es un universo de espíritus puros.









Aquí se ve que la autonomía y el repliegue sobre sí mismo del sector, cosas que generalmente se cuentan entre sus virtudes, se vuelven contra él: el enorme impacto de la crisis casi no ha producido ningún efecto. ¡Ahí tenemos incluso a la reina de Inglaterra!, que al menos se muestra majestuosamente sorprendida de que ninguno de los distinguidos y acomodados economistas con los que cuenta el reino (sus heterodoxos, como los nuestros, viven en bodegas) viese venir y el golpe y anunciara el terremoto. Y los economistas de la Royal Academy se han visto obligados responder. No se puede decir que haya salido gran cosa, pero al menos han tenido que explicarse un poco. ¡En Francia nada de nada! Los mismos siguen con sus coloquios de que no cambie nada en sus pequeños modelos y la caza a los heterodoxos continúa a toda máquina.









Me dirán que exagero un poco al sostener que no pasa «nada», y eso no es totalmente inexacto, antes, en estas mismas columnas, he previsto el derrocamiento de la hegemonía de la teoría neoclásica y su sustitución por el paradigma de la «neuroeconomía del comportamiento» (2). Sin embargo sería un error creer que se produciría un cambio intelectual o político… Y como me resulta imposible explicar con detalle aquí el porqué, me contento con una gran elipse invitando a las personas a descubrir la Allianz Global Investors Center for Behavioural Finance. Ahí verán a los más famosos neuroeconomistas ocultos tras los más importantes inversores institucionales del mundo y por lo tanto deberán, por anticipación, saber a qué atenerse. Sí, los viejos ortodoxos colaboraron con el mundo financiero que ha acabado hundiéndose, ¡pero los nuevos solo tienen que ocupar su lugar!









¿Es útil y apropiado el término «neoliberalismo» para designar lo que conforma la singularidad de todas o parte de las transformaciones contemporáneas del capitalismo? ¿Qué caracteriza al neoliberalismo y qué papel desempeñan las finanzas y la deuda en su propia lógica? Curiosamente, como puso de relieve Maurizio Lazzarato (3), en su genealogía del pensamiento neoliberal que contribuyó a entender mejor la novedad del neoliberalismo, a no ver ya en él solo una vuelta al laisser-faire del siglo XIX, Michel Foucault no otorga ningún papel a la cuestión de las finanzas y de la deuda…









Nunca me ha parecido muy pertinente juzgar una declaración por lo que deja de lado, salvo si es evidente que la ausencia tiene un claro valor de síntoma o bien perjudica de forma decisiva la intención demostrativa del autor. Por consiguiente, no se podrá reprochar a Foucault que no haya analizado exhaustivamente el neoliberalismo, con más motivo en la época en la que se publicó el Nacimiento de la biopolítica, mientras que ahora todavía estamos en el inicio del proceso y habría sido necesaria una enorme clarividencia para anticipar todas sus repercusiones futuras. Recuerdo, por ejemplo, que el desmoronamiento de la tasa de ahorro de los hogares estadounidenses y el aumento de su tasa de endeudamiento, hecho característico por excelencia del capitalismo neoliberal, solo se produjeron a partir de 1984-1985, y en Francia hubo que esperar hasta mediados de la década de 1990, momento de la instalación en un régimen de «franca» globalización. Sin embargo, es indudable que Maurizio Lazzarato tiene razón en una cosa: si el neoliberalismo se comprende no como una simple configuración de amplias licencias sino como un régimen de normalización positiva, entonces, evidentemente, hay que incluir en él todos los efectos de la deuda. Va a parecer que caigo en el ecumenismo fácil (y sin embargo, ¡lo pienso de verdad!): hay que reprochar menos a Foucault haber olvidado la deuda y las finanzas que agradecer a Lazzarato haberlas añadido al cuadro de conjunto. Queda la cuestión de si el período actual cae completa y exclusivamente bajo el concepto de neoliberalismo tal como lo ofrece el pensamiento de Foucault. Seré un poco más reservado sobre este punto.









Es cierto que la insistencia de Foucault en deshacer una visión de las instituciones a las que solo conoce bajo el prisma de la negatividad, para hacerlas aparecer finalmente en el positivismo de su producción normativa permite captar una característica muy profunda del periodo actual (los sectores de la sociedad sometidos al azote del poder normalizador de la evaluación saben algo de ello). Sin duda era útil percibir esta productividad de las instituciones, sobre todo estatales, para no cometer el error de asimilar el neoliberalismo a un liberalismo clásico simplemente intensificado («ultra» como han dicho muchos). Por consiguiente, no hay duda de que hay novedad en este «liberalismo», lo que justifica plenamente el prefijo, y aunque al principio probablemente era necesario «retorcer el palo en el otro sentido», tampoco habría que olvidar todo lo que el régimen actual ha conservado del liberalismo clásico entendido como eliminación de los dispositivos de contención que permiten retener el impulso de los poderes privados. Así pues, no comparto la idea de que era un total contrasentido la lectura «liberalista» del neoliberalismo. Evidentemente, carece del positivismo normalizador de lo «neo» y de la instauración de un régimen disciplinario muy particular, pero a pesar de todo capta la prolongación y profundización de los rasgos del liberalismo más clásico: el hecho de deshacer los marcos institucionales, reglamentarios y legales que constreñían las acciones de los agentes y los frenaban (en todo caso a los más poderosos) de llevar su beneficio más allá de un determinado límite afecta decisivamente a la distribución de los recursos de poder en la sociedad y, sobre todo, a la relación de fuerza capital-trabajo.









Está muy claro que esta relación cambia por completo según se pase de una economía en la que los derechos de aduana hacen que reine un proteccionismo moderado, donde el régimen de inversiones directas está bajo un control estricto, las finanzas rigurosamente encuadradas y compartimentadas en unos espacios reglamentarios nacionales, los bancos vigilados y (a menudo) nacionalizados, la Bolsa y el poder accionarial son casi inexistentes, a una economía en la que el libre comercio hace que actúe con la mayor violencia posible la competencia entre espacios con estándares socioproductivos abismalmente diferentes, en la que el régimen de inversiones directas totalmente liberalizado desencadena el chantaje de las deslocalizaciones, en la que las finanzas están desreguladas (¿hay necesidad de alargarse al respecto?), y en la que el poder accionarial es el amo de las empresas.









Ahora bien, las dinámicas económicas-políticas que se establecen debido a estas transformaciones estructurales proceden en primer lugar, muy clásicamente, de la liberación de los arranques de fuerza privados, debido al descenso de las retenciones institucionales. Para decirlo más simplemente: de una extensión del laisser-faire y ello incluso si esta extensión no se opera sponta sua sino que supone la intervención desreguladora, exógena, de las políticas públicas, nacionalmente o por medio de tratados europeos, acuerdos y organismos internacionales interpuestos (OMC, AGCS, etc.). Sin embargo, en todo caso muchos de los fenómenos del período actual dependen en primer lugar de este efecto de ampliación del conjunto estratégico de los agentes (¿cuál es la libertad de las acciones lícitas que se les ofrecen?) de tal modo que, evidentemente, solo beneficia a los más poderosos. Una vez que estos últimos pueden hacer cosas que les estaban prohibidas, las harán si pueden obtener beneficio. Si deslocalizar (o amenazar con hacerlo) ayuda a ganar en los salarios y en las condiciones de trabajo, deslocalizarán; si la conminación de extraer cada vez más rentabilidad de los propios capitales permite intensificar la productividad, conminarán a hacerlo, y así sucesivamente.









Con todo, más que oponer los efectos de lo «neo» y de lo «veterano» hay que articularlos: el efecto «laisser-faire» es lo que mantiene el efecto «normalización». Primero hay que rebajar la negatividad de los cuadros institucionales preexistentes y que los dominantes hayan extendido su conjunto estratégico para poder instaurar nuevos positivismos normalizadores. Las normas de evaluación que destrozan tantos sectores de la sociedad tienen sin duda su origen en la revolución financiera que ha impuesto y difundido por todas partes sus propios esquemas normativos (rating, reporting, benchmarking…). El paradigma de la evaluación permanente es las finanzas liberalizadas que, como su nombre indica, han sido… ¡liberalizadas! Para que aparecieran estos esquemas, primero hubo que eliminar unas barreras que restringían la libertad estratégica de los inversores. Descompartimentar, desregular, desintermediar o desnacionalizar han sido los requisitos previos del nuevo positivismo normalizador de las finanzas y todas estas cuestiones tienen que ver con la cuestión (negativa) de los límites. Así que quizá habría que dotarse de un nuevo concepto de la actual configuración del capitalismo: no se trata simplemente del neoliberalismo en el sentido «foucaultiano» que ha adquirido a partir de ahora el término, sino de (torciendo y luego enderezando el palo) algo que sería a partes iguales «neo» y «ultra».









Hay algo de «demente», de asombroso en todo esto, en nuestra incapacidad colectiva para detener la catástrofe en curso. ¿Es apropiado el calificativo de «suicidas» aplicado a las «élites» políticas y económicas? ¿Cómo es posible sociológicamente semejante hybris*? ¿Cómo se fabrican unas élites tan «dementes»?









En general es un buen método recurrir lo más tarde posible, e incluso no hacerlo, a las categorías de la psicopatología para dar cuenta de un fenómeno social, aunque hay que reconocer que en este caso no se puede evitar pensarlo… Entre consternado y sarcástico Marx ya subrayaba en El 18 Brumario de Luis Bonaparte la incapacidad de la burguesía de superar sus intereses más «mezquinos e indecentes». Siglo y medio después seguimos sin poder afirmar que la racionalidad, aunque sea la de los intereses particulares de los dominantes, sea el motor de la historia. En cierto modo, hay que quedarse con la mejor parte: a fin de cuentas, como la catástrofe es sin lugar a dudas el modo histórico más eficaz de destrucción de los sistemas de dominación, la acumulación de los errores de las «élites» actuales, incapaces de ver que sus «racionalidades» a corto plazo sustentan una gigantesca irracionalidad a largo plazo es lo que nos permite que esperemos ver que este sistema se desmorona en su conjunto.









Es cierto que la hipótesis de la hybris, entendida como principio de «ilimitación», no carece de valor explicativo. Además, es una manera de volver a la discusión precedente sobre el neoliberalismo o, más bien, sobre lo que subsiste en él de «veterano» e incluso de «ultra». Y es que, efectivamente, es la destrucción de los dispositivos institucionales de contención de fuerzas lo que empuja irresistiblemente a las fuerzas a propulsar su impulso y retomar la marcha para empujar más todo lo lejos que sea posible. Y, en efecto, hay algo similar a una embriaguez del avance para hacer perder toda medida y volver a instaurar la primacía de lo «indecente» y de lo «mezquino» en la «racionalidad» de los dominantes. Así, un capitalista que tuviera una visión a largo plazo no habría tenido dificultades en identificar al Estado del bienestar como el coste final y relativamente moderado de la estabilización social y de la consolidación de la adhesión al capitalismo, es decir, un elemento institucional útil para preservar el dominio capitalista (¡del que, sobre todo, no hay que deshacerse!). Evidentemente, en cuanto sintieron que se debilitaba la relación histórica de fuerzas (la cual tras la Segunda Guerra Mundial les había impuesto la Seguridad Social), lo que, sin embargo, era lo mejor que les podía pasar además de contribuir a garantizar treinta años de crecimiento ininterrumpido, los capitalistas se apresuraron a recuperar todas las concesiones que habían tenido que hacer. En Estados Unidos los conservadores, que no tienen miedo a mostrarse como son, dieron el nombre más claro a esta perspectiva de reconquista: «a roll back agenda…» [Una agenda de anulación].









Con todo, habría que preguntarse por los mecanismos que en la mente de los dominantes convierten unos enunciados que de entrada están burdamente tallados según sus intereses particulares en objetos de adhesión sincera, asumidos de manera generalizada. Y puede que para ello haya que volver a leer la proposición 12 de la III parte de la Ética de Spinoza según la cual «el espíritu se esfuerza por imaginar qué aumenta la capacidad de actuar de su cuerpo», que más explícitamente se traduciría por «nos gusta pensar lo que nos alegra (lo que nos conviene, lo que es adecuado a nuestra posición en el mundo, etc.)». No cabe duda de que existe un placer intelectual del capitalismo en pensar según la teoría neoclásica que la reducción del paro pasa por la flexibilización del mercado del trabajo. Lo mismo que hay uno del financiero en creer en la misma teoría neoclásica según la cual el libre desarrollo de la innovación financiera favorece el crecimiento. El endurecimiento en enunciados de validez completamente general de ideas de entrada manifiestamente formadas junto a los intereses particulares más groseros sin duda encuentra en esta tendencia su ayuda más poderosa. Por ello cada vez es más difícil distinguir entre imbéciles y cínicos ya que los primeros mutan casi fatalmente para adoptar forma de los segundos. Si se observa con atención, no se encuentran individuos tan «limpios» (habría que decir tan íntegros) como Patrick Le Lay de TF1 [la cadena de la televisión nacional francesa] que, poco decidido a complicarse la vida con las doctrinas inútiles y falsamente democráticas de la «televisión popular», declaraba sin ambages que no tenía otro objetivo que vender a los anunciantes tiempo de cerebro disponible; ruda franqueza que quizá tengamos que agradecerle: al menos sabemos a quién tenemos ante nosotros y es una forma de claridad que no deja de tener mérito.









Por lo demás, hay resistencias doctrinales fáciles de entender. Las finanzas, por ejemplo, no se rendirán nunca. Dirán y harán cuanto puedan para desbaratar los más mínimos intentos de re-regularización. ¡De hecho, lo hacen muy bien! Para convencerse de ello no hay más que ver la espantosa indigencia de las veleidades reguladoras, como atestigua el hecho de que desde 2009 se ha hecho tan poco que la crisis de las deudas soberanas vuelve a amenazar con acabar en un desmoronamiento de las finanzas internacionales. Nada es más fácil de entender: un sistema de dominación nunca entregará las armas por sí mismo y buscará perpetuarse por todos los medios. Es fácil pensar que los hombres de las finanzas relancen el sistema que les permite embolsarse los astronómicos beneficios de la burbuja y dejar los costes de la crisis a todo el cuerpo social, obligado por los poderes públicos interpuestos a socorrer a las instituciones financieras, a no ser que perezca él mismo por el desmoronamiento bancario. ¡Simplemente, hay que ponerse en su lugar! ¿Quién aceptaría renunciar? Incluso habría que decir más: es una forma de vida lo que defienden estas personas, una forma de vida en la que entran tanto la perspectiva de unos inauditos beneficios monetarios como la embriaguez de operar a escala planetaria, de mover cantidades colosales de capital, por no hablar de los extras más caricaturescos pero muy reales del modo de vida de los «hombres de los mercados»: chicas, cochazos, drogas. Todas estas personas no abandonarán así como así este mundo maravilloso que es el suyo, habrá que actuar para que lo suelten.









En realidad, donde el misterio se oscurece verdaderamente es en el papel del Estado. Encargado de la socialización de las pérdidas bancarias y de la limpieza de los costes de la recesión, literalmente rehén de las finanzas cuyos riesgos sistémicos está obligado a reparar, ¿no debería ser el más interesado en cerrar de una vez por todas la leonera de los mercados? Parece que plantear así la pregunta sea responderla, pero solo lógicamente, es decir, desconociendo sociológicamente la forma de Estado colonizado que es la propia del bloque hegemónico neoliberal: los representantes de las finanzas se encuentran en ella como en casa. La interacción, hasta la completa confusión, de las elites políticas, administrativas, financieras, y a veces mediáticas, ha llegado a tal grado que la circulación de todas estas personas de una esfera a otra, de una posición a otra, homogeneiza completamente, salvo diferencias mínimas, la visión del mundo compartida por este confuso bloque. La fusión oligárquica –y casi habría que entender la palabra en su sentido ruso– ha llevado a la anulación de la diferenciación de los compartimentos del campo del poder y a la desaparición de los efectos de la regulación que venía del encuentro, a veces de la confrontación, de gramáticas heterogéneas o antagonistas. Así, sin duda con la ayuda de un mecanismo de atrición demográfica, se ha visto, por ejemplo, la desaparición del hábito del hombre de Estado en la forma que adoptó tras la Segunda Guerra Mundial, ya que la expresión «hombre de Estado» ya no hay que comprenderla en el sentido usual de «gran hombre» sino de aquellos individuos portadores de las lógicas propias de la fuerza pública, de su gramática de acción y de sus intereses específicos. Los altos funcionarios, que antaño eran hombres de Estado porque estaban consagrados a las lógicas del Estado y determinados a hacerlas valer frente a las lógicas heterogéneas (como, por ejemplo, las del capital o de las finanzas), son una especie en vías de extinción y los que hoy «entran en la carrera» no tienen más horizonte intelectual que replicar de forma servil (y absurda) los métodos de lo privado (de ahí, por ejemplo las monstruosidades tipo «RGPP», Revisión General de las Políticas Públicas), ni más horizonte personal que abandonar el servicio al Estado para pasarse a lo privado, lo que les permitirá integrarse encantados en la casta de las élites indiferenciadas de la globalización. Así, los dirigentes nombrados a la cabeza de lo que queda de empresas públicas no tienen nada más urgente que hacer que cargarse el estatuto de estas empresas y llevarlas a la privatización para reunirse por fin con sus camaradas y retozar a su vez en los mercados mundiales, de las finanzas de las fusiones-adquisiciones y, «accesoriamente», de los bonos y de las stock-options.









Este es el drama de nuestros días, que a nivel de estas personas a las que seguimos llamando «élites» (nos preguntamos por qué dado lo abrumador que es su balance histórico) ya no hay en ninguna parte ninguna fuerza de llamada intelectual susceptible de crear un discurso contrario. Y el desastre es completo cuando los propios medios de comunicación han sido arrastrados, y desde hace tanto tiempo, por el corrimiento de tierras neoliberal; lo más extravagante pretende reconducir a los editorialistas, cronistas, expertos semivendidos y toda esta banda que se presenta como los preceptores ilustrados de un pueblo obtuso por naturaleza e «ilustrable» por vocación. Se habría podido imaginar que el cataclismo del otoño de 2008 y el desmoronamiento espectacular de las finanzas llevaría a una gran limpieza de todos estos locutores que emergían harapientos de las humeantes ruinas, pero ¡No hubo nada de eso! ¡Ninguno se movió! Alain Duhamel sigue pontificando en Libération; este mismo periódico, en un intento desesperado de hacer olvidar sus décadas liberales, sigue confiando una de sus secciones más decisivas, la sección europea, a Jean Quatremer que ha llenado metódicamente de mierda a todas las personas que denunciaban las taras, ahora visibles para todos, de la construcción neoliberal de Europa. En France Inter, Bernard Guetta sobrepasa por la mañana todos los récords de incoherencia (habría que ponerle delante lo que dijo hace cinco años escasos, no digo ya en 2005, famoso año del tratado constitucional europeo…). El programa semanal de economía de France Culture oscila entre lo hilarante y lo desolador al insistir en dar la voz a quienes han sido los más fervientes apoyos doctrinales del mundo que se está desmoronando, como por ejemplo Nicolás Baverez, que sin duda es el más gracioso de todos y que se ha apresurado a sermonear a los gobiernos europeos y a conminarles al rigor más extremo antes de darse cuenta de que era otra burrada. Y todas estas personas sacan pecho con la impunidad más perfecta, sin que sus jefes les retiren jamás una crónica, ni el micro, ni siquiera les pidan que se expliquen o den cuenta de sus discursos pasados. Este es el mundo en el que vivimos, el mundo del autoblanqueamiento colectivo de los deslices.









¿Cómo entender también que lo que ocurre no produzca una indignación o una cólera aún mayor, más decidida, más organizada? Funciona algo parecido a una «fábrica de impotencia», cuya eficacia supera por el momento nuestra capacidad de transformar nuestra indignación en capacidad de actuar colectivamente. ¿Cuáles son los resortes de esta fábrica de impotencia?









En efecto, este es un misterio que tendría que aclarar la sociología o la ciencia política… Pero si se me permite aventurar algunas intuiciones, para empezar me pregunto si no habría que plantear el problema justo al revés: lo que hay que comprender no es que no haya un movimiento de indignación, ¡sino que a veces se produzca! Temo que deplorar la inercia o la apatía de las masas no procede de un sociocentrismo típico de la skhole intelectual o militante, es decir, de personas que tienen tiempo libre, para unos de adoptar el punto de vista de Sirius y para otros de pensar sistemáticamente en el paso a la acción puesto que el paso a la acción es por definición la esencia misma de su actividad. Podrá parecer que es un argumento ramplón, pero tiene las sólidas propiedades de un materialismo rústico: ¿en qué tiene posibilidad la gente de ocupar su tiempo? Aparte de las minorías intelectuales y militantes, el mundo se divide entre los gobernantes cuya actividad a tiempo completo es dirigir la vida de los demás y los gobernados que dedican lo esencial de su tiempo a ocuparse de su reproducción material y de hecho se remiten en todo lo demás a la pasividad de aquellos que les rigen. Esta elemental asimetría temporal entre organizadores, delegados y pagados a tiempo completo para organizar, y los «organizados», acaparados «oportunamente» por las necesidades de su propia supervivencia, es la garantía más segura de la estabilidad del poder por medio de un simple efecto de saturación temporal. Los militantes, en todo caso aquellos que no son activistas profesionales, remunerados como tales por una organización, saben bien lo que cuesta en fatigas suplementarias o en poner en tensión su vida personal el hecho de salir de la pasividad a la que normalmente les condenaría su condición material: después de ocho horas diarias de trabajo, los «organizados» solo tienen intersticios (la última hora de la tarde, a veces las noches, los fines de semana) para encontrar peros a los organizadores, los cuales, después de haber «organizado», se van a dormir. La fuerza de gravedad resultante de esta división del trabajo es el segundo plano que hay que tener en mente para darse cuenta en primer lugar de hasta qué punto es milagroso el que surja un movimiento social de cierta magnitud, en todo caso para darse cuenta de todos los obstáculos, temporales, es decir, materiales, que ha tenido que vencer.









Por si fuera poco, hay que contar con muchas otras dificultades. Y, sobre todo, con todas las que se podrían incluir en la categoría general de la traición de los mediadores. Para empezar, la de los mediadores mediáticos, que trabajan para que pasen por normales (conformes al orden de las cosas o a las instrucciones de la «razón») las situaciones más anormales. Pero habría que tomarse el tiempo de hacer un análisis completo de los mecanismos que llevan a los mediadores mediáticos a no mediatizar nada ya, es decir, a mantener en la invisibilidad las situaciones sociales y sus verdaderos determinantes (cuya sola exhibición bastaría para alimentar furores legítimos) y hacer que los análisis críticos sean inaudibles (excepto algunas excepciones sistemáticamente subrepresentadas, cuando no se declaran excluidas por principio a menos que se les ofrezcan unos formatos tan pobres que no tienen la menor oportunidad de «tener efecto»). Debido a ello los medios de comunicación son gestores del bien colectivo del acceso necesariamente enrarecido a la arena pública y por ello se deben a una obligación de diversidad, incluso habría que decir a una obligación de asimetría de la que se debería beneficiar la crítica puesto que el orden social se beneficia ya de toda la asimetría contraria de las fuerzas de la dominación.









Pero en cierto modo han privatizado este bien colectivo en beneficio de una ínfima minoría de preceptores que, excepto algunas diferencias insignificantes, tienen todos ellos el mismo lenguaje, y por medio de su homogeneidad añaden la dominación simbólica a la dominación material. De modo que, a través de los medios de comunicación supuestamente mediadores pero definitivamente olvidadizos por su vocación, ya no ocurre nada sino solo aquello que celebra, anima o bien rehabilita sin cesar al orden neoliberal, y ello, hoy de forma muy espectacular, en contra incluso de las crisis más estrepitosas de este último. Debo confesar que a veces pienso que un despido masivo de la pandilla editorialista y experta presente podría producir al instante unas consecuencias políticas importantes: imaginen los efectos posibles de la denuncia repetida del carácter odioso del poder accionarial, de su responsabilidad directa en los sufrimientos de los trabajadores (hasta llevar al suicidio), la demostración insistente de la inanidad de las políticas de austeridad o incluso el cuestionamiento sistemático de determinados partidos (de «izquierda») que se niegan obstinadamente a incluir seriamente en su agenda problemas como la Europa liberal o la globalización. Pero igualmente confieso que probablemente esta sea una experiencia de pensamiento ociosa y a varios títulos.









En el orden de las traiciones mediáticas (lato sensu), sin embargo, la peor es sin duda la de los mediadores políticos: partidos de oposición que ya no se oponen a nada o burocracias sindicales que se han convertido en expertas en perder en las arenas las cóleras populares. ¿Es útil consagrar un cuarto de hora de más a la anatomía patológica del Partido Socialista? Se puede evitar difícilmente aunque sea en la perspectiva de las elecciones presidenciales y para constatar que para esta edición el candidato Hollande se pone a ello no ocho días antes de la segunda vuelta, como exigía hasta ahora un ligero reflejo de vergüenza, sino ocho meses antes de la primera para ofrecer una alianza con los centristas, peripecia anecdótica a primera vista, pero de hecho un atajo fulgurante que señala todo o casi todo lo que se puede esperar de una hipotética presidencia socialista en materia de transformación económica y social: nada. Ya se ha dicho todo sobre el compromiso histórico de la socialdemocracia, especialmente francesa, con el neoliberalismo, pero para cerrar lo más rápidamente posible este lamentable capítulo se puede medir el grado de fracaso histórico de un partido que todavía osa llamarse «socialista» por su incapacidad para poner en tela de juicio al capitalismo neoliberal en el momento en el que su crisis apoplética abre una ventana de oportunidad histórica sin parangón (y uno acaba por preguntarse qué tipo de acontecimiento, qué grado de devastación se necesitaría ahora para que en esta materia el encefalograma socialista emita un nuevo un bip).









Por consiguiente, el drama actual del período se debe a la ausencia de cualquier fuerza política en torno a la cual hacer que se precipiten los efectos comunes de cólera e indignación. Y este es el problema: no hay que sobrevalorar la capacidad de las multitudes para auto-organizarse a gran escala. El periodo actual lo demuestra a contrario puesto que ninguno de los cuerpos sociales maltratados por las políticas de austeridad ha superado todavía el estadio de las manifestaciones esporádicas y sin continuidad para entrar en un movimiento de sedición generalizado. Sin duda se enfadarán conmigo los amigos de la multitud libre sujeto de la historia, pero me pregunto si para manifestar su propia fuerza política este no necesita un «polo» que focalice y condense y que la haga «coherente». Salvo que siga siendo difusa, la multitud necesita unos puntos focales en los que «las cosas se precipiten», por medio de los cuales adquiera consistencia y conciencia de sí misma, aunque no ignoro en absoluto todo lo que puede pasar a continuación de captación y de desposesión a partir de estos puntos focales… pero, a fin de cuentas, no es aquí donde se va a solucionar el problema de la horizontalidad democrática, aunque al menos se pueda decir que, precisamente, esta última es un problema y no una evidencia. Por el momento, a falta de auto-organización constatada y de fuerza política susceptible de crear un polo constituyente o agregador, solo quedan las cóleras difusas, no coordinadas, incapaces de unirse a falta de lugar.









Y no es con las direcciones sindicales con las que hay que contar. O si hay que contar con ellas es más bien para producir los resultados exactamente inversos, es decir, devolver al polvo los gérmenes de cólera en vías de fusión. Y es que es necesario un cierto talento en el orden la negatividad para haber volatilizado tan artísticamente la energía de las movilizaciones masivas [en Francia] de enero-marzo de 2009 y de las jubilaciones en otoño de 2010. No se sabe si hay que invocar el dogma (absurdo) de la separación de lo «sindical» y de lo «político» (como si la acción en las cuestiones sociales no tuviera un carácter profundamente político) o bien (sobre todo) el compromiso de las instituciones sindicales, como tales integradas orgánicamente en el juego institucional general y que se han vuelto incapaces de salir de él para ponerlo en tela de juicio. Pero el hecho está ahí: la formidable efervescencia de cólera que hizo salir a la calle a millones de personas en 2009 y 2010 y que más allá, por ejemplo, de la ocasión formal de las jubilaciones tenía el móvil manifiesto del rechazo de cualquier modelo de sociedad, no solo no ha encontrado ningún líder sindical (o político) para verbalizar su verdad, sino que ha sido dilapidado conscientemente por las vías habituales de la deambulación tan ritual como inofensiva por barrios cuidadosamente elegidos para no albergar ningún punto caliente simbólico (¿quién ha visto en el trayecto République - Nation el menor ministerio, una sede de banco o de un gran medio de comunicación?). Me digo a mí mismo que, siguiendo por este bonito camino, pronto no habrá más que acercarse al Bosque de Vincennes: se habrá molestado a algunas ardillas y se volverá de la manifestación con la sensación de haber tomado el aire…









¿Qué es lo que permitirá detener esta fábrica de impotencia? ¿Cómo reconstituir, en la situación actual, una capacidad de actuar colectiva, transformadora y emancipadora?









Como carezco completamente de toda experiencia y de todo talento de empresario político, no tengo la menor idea de las vías por medio de las cuales se reconstituyen las capacidades de actuar colectivamente, a falta de lo cual no tengo otra solución que volver a mi postura escolástica y a su punto de vista exterior. La multitud se pone en movimiento cuando pasa ciertos duelos afectivos. Pero, ¿son estos duelos los mismos para todo el mundo? ¡No! ¿Dónde están exactamente? No se sabe ex ante. Las condiciones materiales, tal como determinan el impacto diferencial de la crisis a través de la estratificación social, la distribución desigual de las disposiciones a la aceptación o a la movilización, son otros tantos datos que «heterogeneizan» a la «multitud», categoría cuya homogeneidad engañosa es un puro efecto nominal. ¿Por qué el movimiento de los Indignados cuajó tan bien en España, incluso en Estados Unidos, y tan poco en Francia donde somos dados a regodearnos en nuestra «tradición» manifestante y reivindicativa? En el caso de España, nos preguntamos si la respuesta no está en una cifra: 40% de paro entre los jóvenes, es decir, en particular una producción masiva de licenciados que ven sus esperanzas profesionales «naturales» negadas brutalmente por la exclusión del empleo del que son víctimas. Son los hijos de la burguesía, bien dotados de capital cultural y escolar, pero que se descubren frustrados con respecto a lo que consideraban sus legítimas aspiraciones (¿Acaso el sistema no las había validado hasta entonces?), las cuales se dan la vuelta y basculan. Respecto a los estudiantes estadounidenses, quizá sea el peso de la deuda, en un momento en el que las relaciones con las instituciones financieras están profundamente deterioradas, lo que desempeña el papel equivalente y hace traspasar los umbrales de lo «intolerable». Pero se dirá que poco importa de dónde parte el movimiento y por qué razones particulares: al fin de cuentas, no existen acciones desinteresadas (al menos en un sentido del concepto de interés un poco… interesante). Lo que cuenta, independientemente de sus orígenes (pudenda origo, se podría decir a la manera de Nietzsche: los orígenes raramente son bellos de ver), es lo que produce: ¿tiene gancho, induce a continuar? Esas son las preguntas pertinentes. En esta medida, el juicio sigue siendo contrastado. A todas luces los Indignados españoles sacaron a una enorme cantidad de personas a la calle… pero, ¿con qué resultado electoral? Habría que volver a leer el artículo «Elecciones, trampa para gilipollas» de Sartre, que parece escrito la semana pasada y expresamente para la situación actual: en él deploraba el abismo que separa los movimientos sociales como dinámicas creadoras profundamente colectivas y la artificialidad serial del escrutinio que aísla y disuelve radicalmente toda la fuerza propia, auténticamente política de lo «en común». Así que, he aquí: los Indignados españoles salen a la calle… y se encuentran con el Partido Popular de Rajoy. Es para llorar.









Con indignados o sin ellos, en Francia será la misma tarifa… En este caso es más bien «sin» y aquí también hay un misterio. Una vez más, la diferencia se debe en parte a la tasa de paro de los jóvenes, considerablemente más baja que en España, lo mismo que la tasa de paro global. Con un 10% de tasa de paro global los hijos de la burguesía todavía no sufren, sus posturas son bastante sólidas, sus accesos se mantienen lo suficiente para que la crisis no les maltrate demasiado. Recuerdo la breve pero violenta recesión de 1993, la tasa de paro había ascendido a más del 12% y, algo inaudito, ¡se había oído a notorios representantes del capital empezar a preocuparse por los estragos que padecía la sociedad francesa! Mi conjetura entonces era que en el entorno de Claude Bébéar, puesto que se trataba de él, un hijo de familia bien licenciado había tenido que quedarse en la estacada y esto había sido un trauma al descubrir la injusticia del mundo. Pero un 12% no está tan lejos, podría llegar muy rápido teniendo en cuenta lo que se anuncia. Bourdieu, muy «spinozista» aquí, dio una ruda lección de realismo político recordando que en el Ámsterdam del siglo XVII los burgueses se habían decidido a financiar unas infraestructuras que enviaba las aguas residuales al alcantarillado porque el cólera, que no tiene en cuenta las barreras sociales, había empezado a llevarse a sus hijos. Así que probablemente ocurra lo mismo con las aguas del paro que con las aguas cargadas de miasmas: es necesario que el nivel suba lo suficiente para ir a importunar a los dominantes y hacer que se decidan a cuestionar su propio sistema, desde el momento en que este empieza a atentar demasiado contra sus propios intereses… Y luego, para su desgracia, los Indignados franceses tienen contra ellos otras dos idiosincrasias muy nuestras. La primera, visible por contraste con el caso estadounidense, se debe a la antipatía espontánea de las confederaciones sindicales por cualquier forma de movimiento dotada de dos odiosas propiedades, la de ser espontánea y la de que en gran parte se les escapa. Al contrario, los Occupy han recibido el apoyo discreto pero real, logístico y político, de los sindicatos estadounidenses, poco habituados a los movimientos de ciertas dimensiones y más bien contentos de encontrar aquí una oportunidad al menos de «participar» en una demostración a escala (casi) nacional.









Es de esperar que las confederaciones francesas no den el menor apoyo a los Indignados de La Défense… Además, si lo dieran estos últimos desconfiarían como de la peste al presentir la recuperación de poca monta. La segunda tara francesa es, por supuesto, las elecciones presidenciales y su mitología inoxidable que sigue haciendo creer a muchas personas que es el momento político por excelencia, que es ahí donde las cosas se deciden verdaderamente, y precisamente vienen bien, la cita es en mayo… Actualmente hay burlas del híbrido Merkozy, pero quizá se reirá menos la gente al descubrir a Sarkollande… En este paisaje en el que todo está fiscalizado, en el que la captura «elitista» ha aniquilado toda fuerza de llamada, acabo por decirme que solo hay dos soluciones para reiniciar el movimiento: un deterioro continuo de la situación social, que llevará a que una parte mayoritaria del cuerpo social franquee unos «umbrales», es decir, a una fusión de las cóleras sectoriales y a un movimiento colectivo incontrolable, potencialmente insurreccional; o bien a un desmoronamiento «crítico» del sistema bajo el fardo de sus propias contradicciones (evidentemente, a partir de la cuestión de las deudas públicas) y de un encadenamiento que lleve de una serie de fallos soberanos a un colapso bancario, aunque esta vez diferente de la opereta «Lehman»… Digamos claramente que la segunda hipótesis es infinitamente más probable que la primera… aunque a cambio quizá tenga la propiedad de desencadenarla acto seguido. En todos los casos habrá que apretarse extraordinariamente el cinturón. Y, sobre todo, seguir reflexionando sobre las formas políticas de un movimiento social capaz de evitar todas las derivas de tipo fascista.









Al comprobar el grado de bloqueo de instituciones políticas que se han vuelto completamente autistas y prohíben ahora todo proceso de transformación social en frío, también me digo a veces que quizá haya que volver a pensar la cuestión «ultra tabú» de la violencia en política, aunque solo sea para recordar a los políticos esta evidencia conocida por todos los estrategas militares de que un enemigo nunca está tan dispuesto a todo como cuando se le ha llevado a un callejón sin salida. Ahora bien, parece por un lado que los gobiernos, totalmente sometidos a la calificación financiera y consagrados a la satisfacción de los inversores, se están volviendo tendencialmente enemigos de sus pueblos y, por otra parte, que si a fuerza de haber cerrado metódicamente todas las soluciones de deliberación democrática, solo queda la solución insurreccional, no habrá que extrañarse de que la población, llevada un día más allá de sus puntos de exasperación, decida adoptarla, precisamente porque será la única.









Notas:









* Hybris es una palabra del griego clásico que significa orgullo o confianza desmedidos en uno mismo (N. de T.)









(1) Frederic Lordon, La Crise de trop, París, Fayard, 2009.









(2) Yves Citton y Fréderic Lordon, «la Crise, Keynes et les esprits animaux», Revue interrnationale des livres et des idées, nº 12, julio-agosto de 2009.









(3) Maurizio Lazzarato, La Fabrique de l’homme endenté, París, Ed. Amsterdam, 2011.























Fuente: http://www.revuedeslivres.fr/%C2%AB-nous-assistons-a-l%E2%80%99ecroulement-d%E2%80%99un-monde-des-forces-immenses-sont-sur-le-point-d%E2%80%99etre-dechainees-%C2%BB-entretien-avec-frederic-lordon/









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