martes, 22 de noviembre de 2011

REINO DE ESPAÑA: PASMO, MARASMO Y FIN DE ÉPOCA












Antoni Domènech, Gustavo Búster, Gerardo Pisarello y Daniel Raventós
Reino de España: pasmo, marasmo y fin de época
Jamás se había asistido en el Reino de España a una campaña electoral tan larga y premiosa, y de resultados tan cantados. Nunca se había mostrado el grueso de la ―clase política‖ tan alejada de las realidades políticas más perentorias, ni tan de espaldas a las preocupaciones sociales y económicas más vivamente percibidas y más acuciantemente sufridas por la población.
Todas las encuestas coincidían: en lo que, por lo pronto, competían los dos contendientes principales era por encabezar el grado de recelo de los ciudadanos. La desconfianza manifestada por los españoles en Rajoy –al que descontaban como ganador— era incluso mayor que el rechazo experimentado hacia el que todos esos sondeos presumían como rotundo perdedor, Rubalcaba. En ambos casos se movía… ¡en torno al 70%! Un verdadero curiosum politológico, prácticamente insólito en la historia electoral comparada.
Los resultados de ayer, 20 de noviembre, han venido a confirmarlo, y por lo magnífico: el PSOE ha sufrido un descalabro electoral sin precedentes –muy superior al pronosticado por las encuestas—, perdiendo cerca de 4 millones trescientos mil votos, mientras al PP del señor Rayoy le ha bastado ganar algo más de medio millón de sufragios para conseguir una mayoría parlamentaria absoluta y absolutamente apabullante. El PSOE ha sido contundente e inapelablemente barrido del mapa del poder político español: ha perdido casi 60 escaños en las Cortes, más de 40 en el Senado y ha sido inclementemente desalojado como primera fuerza política de las ocho Comunidades Autónomas en que todavía era holgadamente mayoritario en 2008, con resultados especialmente dolorosos en Andalucía y en Cataluña, que vienen a añadirse la debacle electoral en las elecciones municipales de la pasada primavera, en las que fue desalojado de todas las grandes capitales de provincia. Pero la suma de votos y la suma de escaños conseguidos entre el PP y el PSOE ha retrocedido visiblemente: el bipartidismo PP/PSOE ha perdido más de 20 escaños en las Cortes, y más de 3,6 millones del sufragio ciudadano.
En el haber de los ―indignados‖ del 15M no sólo hay que poner, pues, sus indiscutibles aportes a la ilustración y toma de consciencia de la opinión pública, sino, en muy buena medida, su inteligente contribución al incipiente, pero seguramente irreversible, agrietamiento del infértil y peligroso bipartidismo que ha devastado la política parlamentaria española en los
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tres últimos lustros.[1] El mayor beneficiario de ese incipiente agrietamiento ha sido la coalición de IU-ICV, sin que eso signifique quitar mérito a las eficaces campañas del acertado señor Coscubiela (que ha triplicado los resultados de la coalición en Cataluña), del señor Lara (sextuplicando los resultados de IU, aunque muy lejos aún de los resultados de la IU del señor Anguita en 1996) y del señor Llamazares (que ha conseguido con toda justicia escaño parlamentario por Asturias).
El contexto en el que se han desarrollado las elecciones generales es suficientemente conocido. Pero como en los dos últimos años la sucesión y el agolpamiento de hechos y acontecimientos, asaltos de los mercados financieros, intervenciones burocráticas, declaraciones y contradeclaraciones, pronósticos y contrapronósticos han sido de densidad y ritmo vertiginosos, vale la pena empezar recordándolos en sus líneas generales:
Los antecedentes y el contexto de las elecciones
1.- Luego de negar pertinazmente durante un año largo la crisis capitalista mundial, estallada como gravísima crisis financiera en verano de 2008, y sus previsiblemente demoledores efectos en la economía española, el gobierno Zapatero aventuró un conjunto de medidas de ―estímulo económico‖ tan improvisadas como insuficientes, tan erráticas y superficiales como mal concebidas.
2.- Lo cierto es que el aumento de la deuda pública –que pasó en muy poco tiempo de representar en torno al 30% del PIB a la actual, que rebasa ya holgadamente el 60%— y del déficit presupuestario –muy por encima del 11% del PIB— resultantes, más que una decisión gubernamental consciente, fue resultado de los estabilizadores macroeconómicos automáticos presentes en cualquier economía moderna con una legislación mínimamente social. Con cerca de 5 millones de parados, la cobertura pública del desempleo y los costes de financiación de la deuda pública representan ahora el 50% del gasto público español.
3.- Estamos hablando de una economía, cuyo sector privado –hogares y empresas— ha venido acumulando en las dos últimas décadas una deuda –privada— que supera el 300% del PIB. La población está inmersa desde el estallido de la crisis en 2008 en un proceso de deseendeudamiento y desapalancamiento que, obviamente, deprime la demanda efectiva. Los salarios reales apenas han crecido en las últimas décadas, y no han crecido en absoluto en lo que va de siglo, es decir, desde el año 2000. El fabuloso crecimiento de la demanda efectiva y del consumo registrados en la economía española en las dos últimas décadas no resultó de un incremento de los salarios reales acompasado a incrementos paralelos de la productividad laboral, ni de un gasto social que en el Reino de España siempre ha estado muy por debajo de la media europea: Llamazares, con diferencia el mejor diputado de la última legislatura, ha hablado con razón de un Estado de Medioestar en España. Sino que fue resultado de una estúpida y autodestructiva política económica (la política del PP-PSOE, o, si se prefiere, la política de la casta política que ha controlado la Transición democrática) consistente básicamente en la inflación de activos: por señalado ejemplo, la burbuja inmobiliaria alimentada con crédito barato e irresponsablemente concedido.
4.- La entrada en el euro, apresuradamente decidida por Aznar en 1997 –forzando al gobierno italiano de Prodi a idéntica precipitación: ¡de aquellos polvos, estos lodos!—, no hizo sino facilitar y radicalizar los potenciales estragos de esa política.
La política económica PP-PSOE de la Transición
Esa política PP-PSOE, la política económica de la Transición, trajo por resultado:
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 la duradera congelación del salario real, y empleos de poca calidad;
 la servidumbre por deuda de la población trabajadora española;
 el sobreendeudamiento de las empresas privadas españolas del sector productivo;
 el sobreendeudamiento de la banca española con la banca privada internacional
 El débil desarrollo del estado del bienestar en relación con la media de la zona euro, que se acumula al largo déficit en gasto social en relación con Europa heredado de la dictadura;
 el estancamiento de la productividad laboral;
 un fuerte déficit comercial, solo comparable entre los países miembros de la OCDE al de EE UU, la economía que durante los años felices de la ―globalización‖ se convirtió en el consumidor de último recurso –si así puede decirse— de la economía mundial;
 el aumento exponencial del coste de la vivienda y, en general, de la vida –que destruye inexorablemente la competitividad exterior española—, como resultado de una política económica fundada esencialmente en la inflación de activos;
 el completo enseñoreamiento de la economía nacional por parte de rentistas inmobiliarios y financieros, nacionales y extranjeros;
 la creciente destrucción y puesta en almoneda del sector público y de los bienes comunes nacionales mediante privatizaciones que no han sido sino compras, apalancadas en el crédito barato, de activos públicos –incluidos los restos de banca pública y las cajas de ahorro—, a precio de saldo, trocando progresivamente lo que era y tenía que ser satisfacción pública de necesidades sociales en negocio oligopólico, y derechos esenciales –como el acceso a la información, al crédito, a la educación, a la salud, a la vivienda, a la energía, al transporte, etc.— en mercancías innecesariamente encarecidas por las rentas monopólicas de ellas extraídas por quienes con ellas negocian.
 la catastrófica destrucción de nuestras costas, nuestros paisajes y nuestro patrimonio natural.
 y lo peor de todo: precarización laboral y un desempleo pavoroso, rayano ya en el 22% de la población activa. Y cerca de un 50% de paro juvenil, una cifra esta última tan monstruosa, que, en nuestra modesta opinión, condena a cualquier país que la tolere complacientemente a perder incluso el derecho de existencia como nación.
5.- Ese enorme endeudamiento privado presiona también ineluctablemente, quieras que no, vía estabilizadores automáticos, al crecimiento de la deuda pública y del déficit presupuestario. Es verdad que la presión podría mitigarse con aumentos significativos de una enérgica actividad exportadora, capaz de corregir el déficit comercial español. Sin embargo, los resultados registrados en este capítulo no han sido lo suficientemente robustos. Ni, de seguir todo igual, es de esperar que lo sean en lo venidero: la congelación del crédito no ayuda precisamente a las empresas exportadoras españolas, ni, menos aún, la suicida política de austeridad fiscal para todos impuesta por la incompetente Comisión Europea, una política que deprime por doquiera la demanda efectiva de todos los países europeos, principales clientes del comercio exterior del Reino (y dicho sea de paso, también de la industria exportadora de la República Federal alemana, cuyos bancos contribuyeron decisivamente a financiar la fiesta de la burbuja inmobiliaria y el crédito barato españoles, y así, la demanda efectiva de las exportaciones de la industria alemana…).
6.- La solución histórica ―natural‖ para enfrentarse a situaciones como la presente en países como España, Italia o Francia fue la devaluación de la moneda (las sucesivas devaluaciones
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de la peseta, de la lira o del franco francés han sido proverbiales durante décadas). Esa solución está ahora vedada por la abdicación de su soberanía monetaria que significó la entrada en el euro. Los resultados del necio diseño institucional de la eurozona -viciado por casi todos los dogmas neoliberales, ignorantes de la racionalidad macroeconómica más elemental—, saltan ahora a la vista: se construyó una Unión Monetaria sin una autoridad fiscal común –sin Tesoro europeo— y con un Banco Central incapaz, por sus mal concebidos estatutos, de cumplir las funciones propias de un verdadero Banco Central, que, entre otras, cosas debe ser el prestamista de último recurso de la zona monetaria sobre la que actúa. Basta comparar este fracasado diseño institucional con el de EE UU: un gran estado federado como California –que si fuera independiente, estaría entre las 10 mayores potencias económicas del mundo— está prácticamente quebrado, y los EEUU tienen una deuda pública muy superior a la española (y sólo un poco inferior a la italiana), pero los bonos estadounidenses a 10 años tienen que pagar unos intereses en torno al 2%, lo que permite refinanciar la deuda norteamericana sin el menor problema, mientras California queda cubierta de la quiebra por la financiación federal. En cambio, en la UE, un minúsculo país como Grecia, que apenas representa el 2,5% del PIB de la eurozona, y cuya deuda, apenas monta el 4% de la eurodeuda, ha puesto patas arriba a la Unión Monetaria Europea, a la UE toda, y de rechazo, a toda la economía mundial.
Incapacidad de la elite política europea para diagnosticar el problema más inmediato: el pésimo diseño político-institucional de la eurozona
7.- La elite política europea ha sido incapaz de reaccionar a un problema de diseño institucional básico, clara y distintamente diagnosticado desde hace años, librándose esperpénticamente a sucesivos parches milagreros varios: desde las semimedidas fiscales camufladas de política monetaria del BCE –comprando in angustiis et in extremis deuda pública de los países periféricos en los mercados secundarios—, hasta la tardía creación de un Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, cuya discutible efectividad para parar el contagio a otros países de la crisis de deuda soberana ya tuvimos ocasión de criticar desde la páginas de SinPermiso. En ese mecanismo no parece creer ya nadie, y menos que nadie los propios mercados financieros y los especuladores que en ellos actúan, atacando sin tregua ni merced a la deuda soberana de la eurozona: la propia Francia, amenazada desde hace días por las agencias de calificación –que amagan con privarla de su triple A—, tiene ya hoy un diferencial con el bono alemán a diez años, de 200 puntos básicos: el doble del que tenía el Reino de España cuando, el 10 de mayo de 2010, la Comisión Europea forzó a la timorata e incompetente ministra española de economía, la señora Salgado, a suplicar a su desnortado presidente, Zapatero, un suicidio político que era también una especie de autogolpe de Estado: el que efectivamente dio coram populo, en sede parlamentaria, unos pocos días después mediante el anuncio de un errático ―programa‖ de contrarreformas de corte netamente neoliberal. El programa político con el que fue elegido Zapatero se tiraba con inaudito desparpajo de un día para otro al cesto de la basura, y en vez de convocar inmediatamente elecciones para que los ciudadanos españoles se pronunciaran al respecto, impuso parlamentariamente –con el solo apoyo del señor Durán i Lleida y de unos acríticamente mudos diputados ―socialistas‖, más atentos al futuro de sus nóminas que a cualquier otra consideración— una política que significaba todo lo contrario: avilantarse por un camino que significaba el mayor recorte de derechos sociales practicado hasta ahora bajo la monarquía borbónica restaurada en 1978. Eso culminó, en verano de 2011, con una contrarreforma neoliberal express de la Constitución de 1978 –esta vez aplaudida por el PP, y por nadie más— que rompía explícitamente con todos los consensos de la Transición al negarse incluso a someterla a referéndum.
Et pour faire la bonne mesure, unas semanas después, Zapatero, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, integraba la base de Rota en el peligroso programa norteamericano del ―escudo antimisiles‖, sin dar nadie tiempo a nadie, ni siquiera al candidato Rubalcaba, a preguntarse si esa decisión es compatible con los resultados del referéndum de 1986, con el que el PSOE de Felipe González nos metió con calzador en la OTAN.
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El autogolpe de Zapatero en mayo de 2010 y los golpes de estado técnicos de los mandamases político-financieros de la UE contra Grecia e Italia: el PSOE, de averno en averno
8.- A la vista están los resultados del autogolpe de estado del señor Zapatero que puso por obra ese giro político-económico: los mercados atacan con mayor virulencia que nunca a la deuda española; la prima de riesgo sube sin parar: el viernes rozó la peligrosa cota del 7%; el diferencial con el bono alemán se ha quintuplicado; el paro y la precarización laboral, lejos, de tocar fondo, y no digamos de disminuir, sigue creciendo vigorosamente; la demanda efectiva agoniza; la pobreza crece y se enquista; los desahucios se multiplican; el número de familias en las que todos los miembros están en paro se dispara hasta superar el millón y medio; es cada vez mayor el número de desempleados que agotan su cobertura de desempleo (20%); el crecimiento de las exportaciones españolas no acaba de mostrar el vigor necesario que se suponía. Lo cierto es que la tan cacareada ―austeridad fiscal expansiva‖ ha fracasado clamorosa y dolorosamente, y no sólo en España, en Grecia, en Portugal, sino en toda Europa: Francia y Alemania, por mencionar a los pretendidos primeros de la clase, han visto estancarse sus economías en el tercer trimestre de 2011, y muchos descuentan ya como segura su entrada en recesión antes de la próxima primavera.
9.- El 12 de mayo de 2010, el autogolpe de estado de Zapatero hundió al PSOE en el sexto infierno del Dante: el de los herejes y los renegados. La contrarreforma constitucional express y la inopinada entrega, en conciliábulo, de la base de Rota a un peligroso programa militar de la OTAN el pasado verano, hundió al PSOE hasta el séptimo círculo del averno: el que el Dante reserva a los tiranos y a los violentos. La revelación estas últimas semanas de los poco discretos contactos del ministro de fomento y portavoz del gobierno Zapatero, José Blanco, con empresarios mafiosos de tres al cuarto han venido a recordar, los múltiples casos de corrupción –habituales en un toda economía dominada por los rentistas inmobiliarios y financieros— en que se han visto o implicados o salpicados políticos y cargos y carguitos del PSOE (y del PP y de CiU: de ahí que el gravísimo tema de la corrupción quedara totalmente fuera de campaña electoral). Eso ha precipitado electoralmente al PSOE en el octavo círculo del infierno: el de los culpables de fraude y malicia. El impávido desparpajo con que tantos dirigentes del PSOE –y señaladamente, don Diego López Garrido, secretario de Estado de Zapatero para la UE— han venido a sumarse a la campaña de acoso, desprestigio y derribo emprendida por los mandamases de la UE contra su compañero de la familia socialista europea, Papandreu, a cuenta del desesperado amago de éste con convocar al pueblo griego a un referéndum democrático que habría permitido negociar mejor los devastadores e insostenibles planes europeos de ―ayuda‖ a Grecia, hundió definitivamente al PSOE en el noveno y último círculo del infierno: el de los traidores a sus ideales, a su familia y al bien común. Desde comienzos de noviembre, así pues, el PSOE y su vanilocuente candidato, Rubalcaba, estaban electoralmente, no ya muertos, sino sepultados bajo nueve llaves en el noveno averno.
Europa no es ya lo que era, pero la clase política española, educada en un europeísmo pánfilo, prefiere no enterarse
El grueso de la casta política que fraguó la Transición y que ha gobernado bajo la monarquía borbónica restaurada en 1978 se educó, en los años 60 y 70, en una idea que resume bien la vieja consigna de esa época: ―España es el problema, la Unión Europea la solución‖. El mundo y la UE han cambiado mucho desde entonces, pero el acrítico europeísmo de nuestros políticos, evidentemente, no. La UE actual poco tiene que ver con la construcción de un gran espacio económico integrado políticamente bajo un Estado Democrático y Social de Derecho. Al contrario: la UE se ha construido en los últimos lustros como un gran mercado y una gran zona monetaria mal diseñada institucionalmente. Y ha sido construida, además y básicamente, por unas elites completamente horras de control democrático y careo
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popular. Las pocas veces que se ha dado la palabra directamente a lo población, los resultados han sido negativos (referenda en Suiza (1992), Noruega (que por dos veces ha rechazado su integración), Irlanda (a la que obligaron a repetir un referéndum adverso), Holanda y Francia (que rechazaron también la Constitución europea en 2005, lo que significó el abandono ese de proyecto neoliberalizador, reintroducido luego de matute, sin mayores consultas, a través del Tratado de Lisboa de 2007). El referéndum celebrado en el Reino de España, como es harto sabido, aunque ―ganado‖ (la población española era muy europeísta; hoy, en cambio, es uno de los países más euroescépticos), batió todos los récords de abstención…
Pues bien; la actual configuración política de la UE se ha convertido en el principal y más perentorio problema económico y político del Reino de España. Sólo la inercial ceguera europeísta acrítica de nuestra elite política puede explicar que en los dos grandes debates electorales de campaña, el ―cara a cara‖ entre Rubalcaba y Rajoy, y el debate a cinco con las principales fuerzas políticas (PSOE, PP, IU-ICV, CiU, PNV) –salvo en un par de alusiones más o menos pertinentes de Llamazares—, la UE y sus relaciones con el Reino de España no fueran motivo siquiera de mención. Y eso en un país en el que el dato económico y político más importante de la última legislatura es el de haberse visto ferozmente presionado por la UE su gobierno, en mayo de 2010, para perpetrar lo que no puede menos de calificarse como un autogolpe de estado. Pasmoso.
Apenas unos días después de esos ―grandes‖ debates entre políticos totalmente ajenos al problema político y económico que más salta a la vista de la población y de los espectadores imparciales del drama español, el drástico empeoramiento del ataque especulativo a la deuda soberana, la subitánea entrada de España en ―zona de rescate‖ y los golpes de estado técnicos contra Italia y Grecia –manifiestamente teledirigidos por Merkel y Sarkozy para colocar a su cabeza dos antiguos altos funcionarios del gigante bancario estadounidense Goldman Sachs, Monti y Papademos— ingresaron tan drástica como inopinadamente en la última semana de campaña. Era el tiro de gracia para las posibilidades de Rubalcaba de mitigar y hacer algo menos humillante la derrota. Ya totalmente grogui, el exvicepresidente de Zapatero buscó hacer de la necesidad virtud y apenas se le ocurrió otra cosa que farfullar –horribile dictu!— unas disculpas retrospectivas para su antiguo jefe: si Zapatero no hubiera dado su giro espectacular en mayo de 2010, ―ahora estaríamos intervenidos, como Grecia e Italia‖. Es decir, que gracias al autogolpe de Zapatero, no tuvimos que sufrir el golpe de estado técnico perpetrado –con idénticos objetivos— contra nuestros países hermanos de desgracia...
Rajoy, por su lado, se vio obligado a abandonar la retórica circuelocuente de campaña y entrar también mínimamente por uvas en ―el‖ gran problema. Y hay que reconocer que aquí anduvo con mejores reflejos para captar el sentimiento de la población: lo ocurrido en Grecia y en Italia era ―anómalo desde un punto de vista democrático‖, no le gustaban los ―gobiernos técnicos‖ y él, ―desde luego‖, no iría a Europa a que le ―dictaran‖ lo que tenía que hacer, sino a ―dialogar y a defender‖ los intereses patrios. Y eso lo decía el candidato de un partido, el PP, cuyos mamporreros mediáticos no se privaron en su día de celebrar, nada patrióticamente, el que el Ecofin y la Comisión Europea hubieran intervenido al país y obligado a Zapatero a traicionar groseramente y de un día para otro a su electorado. Pero, sea ello como fuere, la posición de aparente firmeza de Rajoy fue el verduguillo apuntillador de un Rubalcaba que ha terminado su campaña como un desvalido novillo, aturdido y cojitranco, en los antípodas de la imagen de bravo miura de lidia con que había empezado por presentarle su equipo –nada ―tecnocrático‖, por cierto— de agentes publicitarios, forofos aduladores y amedrentados buscavidas parlamentarios.
¿Qué puede hacer Rajoy ante los escenarios extremos a los que va a tener que enfrentarse?
¿Qué hará Rajoy? De su programa electoral no se coligen demasiadas cosas concretas: estaba concebido como parte de su campaña, y su campaña –bien asesorada por el
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sociólogo excomunista Pedro Arriola—, pensada para no aterrorizar a un hastiadísimo electorado de izquierda y centroizquierda, más pronto a la abstención que a la vergüenza de sí propio: ―engáñame una vez, y avergüénzate tú; engáñame dos veces, y avergüénceme yo‖. De aquí la impávida circuelocuencia del huero discurso de campaña del candidato del PP.
Una cosa es segura. Y de esa cosa parece haberse percatado el propio Rajoy con los acontecimientos de los últimos días: la elite político-bancaria europea ha llegado a la conclusión de que sus malhadadas recetas de ―austeridad fiscal‖ muy difícilmente pueden imponerse a las poblaciones europeas por vías normales, electorales, respetuosas de las mínimas formas democráticas. Se ha dicho, con media verdad, que la crisis está tumbando a todos los gobiernos, sean de ―centroderecha‖ o de ―centroizquierda‖: ¡como si ―la crisis‖ fuera un fenómeno meteorológico, totalmente ajeno a la vida política. (¡Y esos mismos gachós se quejan luego de que los indignados ―simplifican‖ al decir que los ―mercados‖ mandan sobre la ―clase política‖!) La cruda verdad, en Europa, es que la voraz dinámica de una crisis económica capitalista, de todo punto política en su origen –la vida económica, particularmente la capitalista tardía o ―neoliberal‖, está configurada por un acúmulo de pequeñas y grandes decisiones políticas—, tumba una y otra vez a los gobiernos que, so color de centroizquierda o de centroderecha, practican, en substancia, la misma política. La única diferencia importante es que, mientras la derecha y parte del centroderecha buscan cortar por lo derecho las raíces del árbol del bienestar social cómodamente sentados en el suelo, el llamado centroizquierda parece conformarse con podar por lo siniestro sólo las ramas… ¡sobre las que está precariamente sentado!
Lo que ahora se ve es esto: llegados al punto crítico actual, el ignaro extremismo de las ―recetas de austeridad fiscal‖ y ―ajustes estructurales‖ choca incluso con la inercia de esa ficción de gobiernos que se turnan políticamente para hacer una política económica básicamente idéntica y básicamente resistida por el común de los ciudadanos. Y esos gobernantes tienen que presentarse a elecciones, pequeño inconveniente que, a medida que la crisis se desarrolla y se enquista, les hace cada vez menos aptos para hacer ―lo que debe hacerse‖.
No ya Papandreu, un político políglota ,experimentado y con una biografía política netamente antifascista, pero ni siquiera el incalificable Berlusconi lo ha conseguido en una Italia que ha venido gobernando impertérrito, lustro tras lustro, hasta ahora, como a una hacienda privada principesca. La mismísima señora Merkel, visiblemente preocupada por los sondeos que le auguran una debacle electoral, se ha empeñado, en el reciente Congreso de su Partido, la democristiana CDU, en proponer un salario mínimo (tabú histórico en la Alemania federal), replicando a sus airados oponentes del sector empresarial de la CDU: la democracia cristiana alemana ―no sólo nació‖ para oponerse a los ―excesos [sociales] del comunismo‖, sino también al ―estancamiento [social] del capitalismo‖. Y mal haría quien cayera en el espejismo de la victoria de CiU en Cataluña, cuya explicación hay que buscarla más en el descrédito abrumador del socialismo catalán y en la movilización de la población catalana frente al Gobierno central para un pacto fiscal que mantenga el gasto público autonómico, que en la popularidad de unos recortes del gasto social contestados desde el primer días, y cada vez con mayor contundencia en la calle.
Rajoy está, pues, avisado desde hace semana y media, y nada menos que por los mandamases de la UE: las políticas de austeridad fiscal, recortes drásticos del gasto público y laminación de los derechos sociales tienen límites electorales. (Dicho sea de paso, la celebérrima broma de Keynes, según la cual ―a largo plazo, todos estaremos muertos‖, estaba dirigida precisamente contra los políticos y los economistas que agravaron a la catástrofe capitalista de 1929 pensando que los mercados desregulados y las políticas de austeridad fiscal radical y deflación de la economía funcionaban estupendamente, pero a largo plazo.). El populacho, ya se sabe, es impaciente, no está para ―pedagogías‖, y si se le da la voz en unas elecciones, tumba una tras otra, propóngalas Agamenón o su Porquero, las políticas de los gobiernos más sabios. Ése es el mensaje que ha recibido Rajoy desde Francfort, desde Berlín, desde Bruselas, y verosímilmente desde conciliábulos más oscuros, en su última semana de campaña.
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Es evidente que los mercados financieros ya han descontado su victoria electoral hace mucho tiempo y que, por lo mismo, la esperanza en el ―efecto confianza‖ que habría de provocar automáticamente su gobierno ha sido rotundamente defraudada antes siquiera de terminar la campaña. Rajoy ya debe saber que los mercados financieros acosarán a su gobierno desde el primer día. Y a lo mejor, ha empezado a intuir ya que el problema no es de ―confianza‖, sino, prima facie, de una pésima arquitectura financiera de la eurozona, incapaz, en la actual coyuntura, hasta de algo tan relativamente fácil como es poner freno al ataque especulativo a la deuda soberana de sus países miembros: de 17 países, diez están ya ―contagiados‖ del problema, incluida Francia, que ve con pavor peligrar su triple A. Tal vez sea la consciencia de eso lo que le ha llevado a la humorada de pedirles a esos mercados ―media hora de tregua‖ cuando se confirme como vencedor absoluto de la contienda electoral. Ni el propio Rajoy puede creer en la eficacia de un Blitzkrieg político-económico tan corto y fulminante. Por eso es más significativa su segunda humorada en el fin de campaña: ―¿Hay algo peor que perder estas elecciones? Sí, ganarlas‖. [2]
El gobierno del PP va a tener que enfrentarse, quieras que no, a la siguiente y poco prometedora disyuntiva.
1) Obediencia más o menos ciega del gobierno de Rajoy a las directrices de los mandamases de una UE dominada por las actuales concepciones de la señora Merkel y la élite político-bancaria alemana. Esa opción tiene dos escenarios posibles:
a) De persistir en la actual negativa alemana a cambiar rápidamente el diseño institucional de la política fiscal de la eurozona, no se llega sino al desastre y al final del euro. La eurozona, simplemente, se desmembraría, y el gobierno de Rajoy se convertiría básicamente en un aterrorizado gestor político, o de la europeseta, o de un nuevo euro devaluado, del que habría salido ya una Alemania resuelta a crear una nueva zona Deutschemark (verosímilmente, con Holanda, Austria, Filandia, Luxemburgo y quizá Bélgica, pero no Francia). En cualquier caso, la implosión de la eurozona significaría una catástrofe económica, no ya para España, no ya para el continente europeo, sino para la economía mundial: un verdadero tsunami financiero que haría palidecer por contraste al provocado por la decisión norteamericana de dejar caer al banco Lehman Brothers en 2008: la Gran Recesión de 2008-2011 se convertiría con toda probabilidad en una Gran Depresión II de duración indefinida y de resultados económicos y políticos de todo punto inciertos.
b) De cambiar rápidamente la actual política dictada por la señora Merkel a la UE, yendo resueltamente a una salvación del euro con pasos prestos hacia un Tesoro común europeo, con eurobonos y un Banco Central normal, capaz de desempeñar la función de prestamista de último recurso, entonces, caso de llegarse a tiempo, se abriría en Europa un escenario algo mejor, pero simplemente semejante al norteamericano: comenzaría el debate político sobre qué política económica es mejor: si una política derechista (à la Tea Party) de austeridad fiscal, ajustes estructurales, etc, o una política progresista de expansión fiscal, crecimiento económico y reequilibrio entre la economía alemana y las periféricas. Este último escenario tendría la ventaja de que volverían a aparecer, como problemas propiamente políticos, y no meramente ―técnicos‖, dos opciones distintas de política económica a escala europea. Las perspectivas políticas del gobierno de Rajoy no serían muy halagüeñas aquí, pues las políticas ultraderechistas de austeridad fiscal a escala europea difícilmente podrían presentarse ante la opinión pública como compatibles con los intereses nacionales más elementales de los países periféricos.
2) La segunda opción que se ofrece al gobierno de Rajoy es la de una resistencia desde el primer día a Merkel, ya por la vía de intrigar, como parece estar comenzando a hacer (véase al respecto la información proporcionada por el conservador Times de Londres el pasado 18 de noviembre) con Cameron y el gobierno conservador británico (fuera de la eurozona), y/o con un cada vez más alarmado Sarkozy (dentro de la eurozona). Pero esta segunda opción, si no lograra vencer el empecinamiento de Merkel –que aterra ya hasta a la derecha económica más encallecida de nuestro país [3]—, significaría un serio agrietamiento de la elite político-bancaria eurocrática, y es lo más probable que terminara con la destrucción de
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la eurozona y, de nuevo, como en el escenario presentado en 1a, con un Rajoy gestor político de la europeseta, con todas la tremebundas consecuencias de alcance mundial ya dichas allí.
Si esos escenarios que se acaban de dibujar agotaran las posibilidades, entonces, por muy ―técnico‖ que de entrada se presentara –se habla de González Páramo, [4] vicepresidente del BCE, como superministro ministro de economía—, el gobierno de Rajoy en ningún caso podrá dejar de verse como un gobierno que tomará decisiones políticas.
Y que tomará decisiones políticas en escenarios extremos, impensables hasta unos meses, todos los cuales rompen los necios ―relatos‖ que han estado en boga por parte de los distintos intelectuales oficiales del sistema (y de una miríada de pequeños buscavidas académicos a su sombra) en las últimas décadas:
 El ―relato‖ de una ―globalización‖ (o de una ―sociedad de la información‖, o de una ―sociedad del conocimiento‖, o de una ―modernidad líquida‖: pongan cada quién el membrete que sea de su gusto) que habría ―transcendido las leyes tradicionales de la economía‖. Ese ―relato‖, vagamente ―postmoderno‖, queda terminantemente destruido por la desembridada manifestación a que todos estamos asistiendo de una realidad más evidente que nunca: la contrarrevolución capitalista iniciada hace cerca de cuatro décadas ha vuelto a poner a Europa y al mundo ante un abismo insondable.
 El ―relato‖ de una UE tesoneramente construida por unas elites bienintencionadas y sabias que, aun trabajando de espaldas a los pueblos de Europa, perseguían el noble fin de preservar y aun profundizar el Estado Democrático y Social de Derecho del antifascismo a escala continental, un ―relato‖ rotundamente desmentido por la creciente deriva antidemocrática y antisocial de las incompetentes elites político-bancarias que han secuestrado la política democrática de los pueblos de Europa en las últimas décadas.
 El ―relato‖, en fin, de una Transición política española ―modélica‖ que dejó intacto el poder económico de la parasitaria casta oligárquica que se había beneficiado de la dictadura, [5] que renunció a juzgar, y aun a recordar, los crímenes políticos de la dictadura y que se negó a resolver definitiva y democráticamente el problema de la unidad nacional española dando a catalanes, vascos, gallegos y canarios el elemental derecho democrático de autodeterminación por la sencilla razón de que, con la imposición de la restauración borbónica, había negado ya previamente a todos los pueblos de España ese mismo derecho. (Uno de los resultados más significativos –y más silenciados por los medios de comunicación del sistema— de la última encuesta del CIS es que, por vez primera, la monarquía merece una calificación de suspenso ciudadano.)
¿Qué le espera al PSOE?
La debacle electoral –que deja en nada a la de Almunia en 2000—, y lo que acaso es peor, la total pérdida de autoridad moral del PSOE saltan a la vista, y no merecen ya mayor comentario. Del "No nos defraudes" de 2004 se ha pasado, no ya al trasvase de votos a IU, sino también al PP y a UPyD. El electorado de izquierda, que con su movilización social entre 2002 y 2004 puso las bases del fenómeno "zapaterista", fue, primero, invitado a quedarse en casa frente a la movilización extraparlamentaria de la derecha social, para, después de 2007, ser conminado a una pasiva "táctica del mal menor". Esa táctica, que ya en su día Gramsci consideró tan típica de ―épocas históricas regresivas‖ como conducente a catástrofes políticas, llevó en efecto a una catástrofe: el autogolpe de mayo del 2010. No es de extrañar el hastío de las bases electorales de Zapatero: han visto como el bloque social progresista que cristalizó con su movilización, ha sido destruido sistemáticamente por las suicidas políticas de la segunda legislatura de Zapatero. Si las grandes organizaciones sindicales han arrastrado hasta el final su indecisión a la hora de romper con el evidente fracaso de la
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"estrategia del mal menor", el 15M, el movimiento de los indignados, por inexperto y contradictorio que aparece muchas veces a ojos de veteranos luchadores, ha demostrado que es posible recuperar la movilización a gran escala, y con ella, la autonomía y la posibilidad de reconstruir un bloque social de la izquierda.
El PSOE sigue siendo la mayor fuerza parlamentaria de oposición al PP a pesar del duro castigo que ha merecido el giro neoliberal de Zapatero. Pero tiene que saber que comienza su tarea de autorreconstrucción con una rotunda desautorización moral como fuerza de oposición mínimamente creíble. Y con una mayoría parlamentaria del PP que hace poco menos que inocua la mera oposición desde el Congreso de los Diputados. Si opta por plegarse a la nueva disciplina de "consensos de estado" exigida a los partidos de la oposición por el Consejo europeo, el BCE y el FMI, está condenado a la erosión permanente y caso irreversible de su base social. Si, por el contrario consigue imponerse entre su sus cuadros más despiertos, un instinto, por tenue que sea, de supervivencia de su aparato y de su maltratada militancia, tendrá que buscar una nueva presencia en los movimientos sociales de resistencia, que le exigirán una dura autocrítica del "zapaterismo", y más allá de eso, del papel jugado por el PSOE en la vertebración de todo un sistema económico y político, el de la Transición, según todas las apariencias, ha llegado a un incierto fin de trayecto.
Durante la campaña electoral, esta disyuntiva ha asomado ya mínimamente en los últimos mítines de campaña de Rubalcaba, insinuantes de la necesidad de "reequilibrar" el giro de mayo: ―austeridad fiscal sí, pero también relanzamiento de la inversión y del crecimiento desde el exterior, por parte de Alemania‖. ¡Áteme usted esta mosca por el rabo! La fórmula, huelga decirlo, está condenada al fracaso: ni la Sra. Merkel va a cambiar de política porque se lo pida un derrotado Rubalcaba, ni el problema del déficit fiscal tiene otra solución interna que un aumento de los ingresos públicos a través de una reforma fiscal radical que grave los inteligentemente los beneficios empresariales –obligando a los capitalistas a hacer de capitalistas productivos— y que prácticamente yugule las parasitarias rentas de capital.
No es imposible que Rubalcaba termine por revelarnos que su instinto de supervivencia está más ligado a conservar el aparato que a reconstruir la base social del PSOE. El escenario, en ese caso, es un Congreso federal del PSOE "controlado" y convocado a toda prisa, a fin de levantar un rimero de cortafuegos frente unas bases sociales que, empezando por los afiliados de UGT y CC OO, exigirán una ruptura total con la miseria "zapaterista" y el arranque de una resistencia eficaz desde la calle contra el ajuste de choque iniciado en las autonomías de Madrid y Castilla la Mancha. La profundidad y extensión en el tiempo de la crisis económica y social, la evidencia de que la derecha social intenta imponer un cambio radical en la correlación de fuerzas, exigiendo desde el primer día la realización de su "programa máximo" (como la patronal CEOE), obligará a un debate profundo, programático y de estrategia, que por la propia naturaleza social del PSOE, no se acabará en un Congreso precipitadamente convocado como mero gran escenario de un ajuste de cuentas entre sectores de Ferraz y de sus federaciones que comenzó ya ayer mismo, minutos después de conocido el alcance de la derrota.
En cualquier caso, Rubalcaba, si no se retira –que no parece dispuesto—, y a la vista de unos resultados tan devastadoramente catastróficos que no le permiten desligarse de su pasado "zapaterista", puede ser durante un período mas o menos corto la cabeza de una oposición prisionera de los yerros, las demasías y –absit iniuria verbo— los ridículos de los últimos años, y por lo mismo, incapaz, no ya de reconstruir, sino hasta de dirigirse a sus bases sociales inclinadas a participar activamente en la resistencia social. Lo que no puede pretender es ser ni una alternativa opositora Rajoy ni un secretario general que subordine el perfil de un nuevo líder de la oposición a los intereses de un aparato en proceso de acelerada descomposición.
¿Qué puede hacer lo que está a la izquierda del PSOE?
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La tarea más urgente para la izquierda es organizar la resistencia social, reconstruir su representación política y sentar las bases de un nuevo bloque alternativo. Cuenta para ello con el ascenso electoral significativo de IU e IC, ya mencionado, con la brillante irrupción parlamentaria de Amaiur en Euskal Herria y con el mantenimiento de ERC y BNG. La formación de un acrecido grupo parlamentario de la izquierda federalista y otros de la izquierda soberanista debe permitir afrontar las tareas señaladas y complementarse si adoptan una actitud unitaria, tanto para hacer frente a las políticas económicas de ajuste y de choque, como a la evidente crisis del Estado de las autonomías. Por eso la crisis política, de la Transición y de la restauración borbónica de 1978, en que todo esto ha venido a parar ofrecen una nueva oportunidad para combinar los programas de acción social con la renovada exigencia de una solución democrática de la cuestión nacional.
La resistencia a los planes de ajuste de choque que ha empezado a ensayar ya el PP (y CiU) en las autonomías conquistadas el pasado mes de mayo ya han empezado a encontrar resistencia activa en la calle, como hemos visto en el movimiento del 15-M, en la "marea verde" de la enseñanza pública madrileña, en la huelga de médicos de Cataluña: irrumpe con fuerza y no es probable que responda con sumisión a agresiones que se presumen cada vez más duras. La tarea de coordinar y extender estas luchas y evitar su aislamiento, es de una importancia central. Es probable que ayude a ello el propio alcance de las medidas previstas, como la contrarreforma radical del mercado laboral y la drástica restricción de la negociación colectiva. Pero exige una actividad militante consciente por parte de unas direcciones sindicales, que tienen que abandonar sin mayor dilación el espejismo de las "tácticas del mal menor". Y exige unas fuerzas políticas que hagan de la resistencia social el eje de su actividad en la calle y en los centros de trabajo, así como de su oposición parlamentaria. La mayoría parlamentaria absoluta del PP, y su apabullante control de las autonomías y ayuntamientos, no dejan ninguna esperanza a que los cambios necesarios en la correlación de fuerzas puedan venir de la mera actividad institucional de las izquierdas.
Será, por lo tanto, de la ilustración ciudadana, de la resistencia social, de su extensión y coordinación, de lo que dependerá en muy buena medida la potencia crítica de la oposición parlamentaria de la izquierda federalista y de la izquierda soberanista. De su capacidad de poner por obra políticas unitarias frente a un enemigo común en las instituciones, de la impulsión de un frente unitario de las organizaciones sindicales y de los movimientos sociales. La acumulación de fuerzas en la resistencia social debe permitir una reconstrucción política transversal de toda las izquierdas que apunte a una alternativa al PP a medio plazo, en un escenario determinado por la inaudita gravedad de la crisis económica y el progresivo deterioro de la legitimidad de un régimen político –―No nos representan‖— atascado, por efecto de la crisis, en todos los niveles de ejercicio de la soberanía popular: municipal, autonómico, estatal y europeo. La peculiaridad "española" confiere un carácter específico a su inserción en la crisis de la deuda soberana y del euro, sobreponiendo crisis sobre crisis, y haciéndola de muy difícil gestión, incluso a corto plazo, con los mostrencos instrumentos neoliberales y centralistas con que andará presumiblemente pertrechada la pobre caja de herramientas del gobierno Rajoy, a pesar del inmenso poder institucional que ahora acumula. Lo que está por ver es si las izquierdas serán capaces de levantar una alternativa con la misma celeridad con que se pondrá de manifiesto la incapacidad del PP.
En lo que a nosotros hace, queremos una izquierda que sea anticapitalista, pero no vanílocua e inútilmente –como los relojes parados, cuya única pero dudosísima virtud es la de dar la hora exacta dos veces por día—, sino con voluntad de comprensión cabal, analítica e histórico-empírica, del funcionamiento real del capitalismo y de su catastrófica dinámica real. Y queremos una izquierda ecologista, pero no superficial y domingueramente, sino políticamente consciente de que una vida social y económica ecológicamente sostenible es radicalmente incompatible con las fuerzas dinámicas objetivas que mueven a un capitalismo esencialmente –no accidentalmente— devorador del patrimonio natural común, suelo nutricio de la humanidad. Por querer, que no quede.
Y por cierto: se confirma a las 17h 30’ de hoy, 21 de noviembre de 2011, que el mundo económico todo reacciona con enorme ―confianza‖ al aplastante triunfo del PP ayer en las urnas: se desploma la bolsa española (-3,48%), y se dispara la prima de riesgo (por encima
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de 470 puntos). En los parqués de Francfort y de París no van mejor las cosas. Ni en Wall Street. Sic transit…
NOTAS: [1] Véase la página, difundidísima entre los distintos componentes del 15M: http://aritmetica20n.wordpress.com [2] En su reciente e importante libro sobre transición económica del postfranquismo (Los secretos de la Transición económica española desvelados por un testigo), el periodista Mariano Guindal ha contado la siguiente anécdota: en una entrevista a Miguel Sebastián –íntimo político de Zapatero y luego ministro de industria— le contó off de record, en 2004, poco antes de las elecciones que ganó Zapatero en marzo de 2004, su viva preferencia por perder las elecciones: se manifestó completamente consciente de la existencia de una insensata burbuja inmobiliaria que terminaría por estallar y de la impopularidad política que arrostraría cualquier gobernante que se propusiera hacerla estallar: ―para José Luis, para mí y para el PSOE sería mejor perder estas elecciones‖ (Mariano Guindal: "Sebastián me dijo una semana antes de las ...). [3] Véase el curioso y muy significativo artículo de Jaime Botín, antiguo vicepresidente del Santander, ayer en El País: http://www.elpais.com/articulo/opinion/favor/senora/Merkel/elpepuopi/20111120elpepiopi_4/Tes. [4] De González Páramo, vicepresidente del BCE, ha dejado dicho la semana pasado esto José Carlos Diez, presidente de Intermoney, la principal empresa española que comercia con deuda soberana: como superministro ministro de economía: "Para acabar el inicio del día y el repaso a la prensa leo con estupor la entrevista que le hacen en El País a González Páramo, representante español en el Consejo del BCE. José Manuel no se sale ni un milímetro del discurso oficial del BCE y demuestra que siguen en la órbita de Urano y aún no han aterrizado. ―En el sistema bancario en la sombra se hacen cosas saludables, la banca debe dar crédito o se dará un tipo en el pie, ellos son independientes‖ y mercado de trabajo, austeridad, mercado de trabajo, austeridad, mercado de trabajo, austeridad… Los del BCE cada vez me recuerdan más a mi abuela cuando rezaba el rosario.". [5] Véase el libro, ya mencionado en la nota 1, de Mariano Guindal.
Antoni Domènech es el editor general de SinPermiso. Gustavo Búster, Gerardo Pisarello y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción.

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